“Cuando
des un banquete invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los
ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte!” (Lc 14, 12-14). Jesús nos enseña en qué
consiste la verdadera caridad cristiana: en dar a quienes no pueden retribuir y
lo hace mediante el ejemplo de alguien que celebra un banquete e invita no a
quienes pueden a su vez invitarlo, sino que invita a aquellos que no tienen
modo de retribuir: pobres, lisiados, paralíticos, ciegos. Obrar de otra manera,
es obrar según criterios mundanos, los cuales no son meritorios para el Reino
de los cielos. El mundo actúa según otros criterios, basados en el
utilitarismo, en el pragmatismo, en el hedonismo. De esta manera, las personas
quedan relegadas y calificadas según lo que poseen y no según lo que son; es
decir, las personas, según el mundo, se clasifican según sus bienes materiales
o según su capacidad de producir bienes, sean materiales, culturales, o de
cualquier otro tipo.
Esto
es lo que explica que, en la actualidad, cientos de miles de personas se vean
rebajadas en su dignidad y relegadas en su condición de ser humanos, por el
mero hecho de portar alguna minusvalía, que las vuelve “inútiles” a los ojos
del mundo. En la sociedad actual, quien no posee bienes, del tipo que sea, o
quien no produce bienes, del tipo que sea, vale o menos o, mejor dicho, no vale
nada, en comparación con aquellos que sí lo pueden hacer. La sociedad
consumista y materialista valora a quienes pueden producir bienes que se
traducirán en dinero, mientras que desprecia y relega al olvido a quienes no
pueden, por distintos motivos, producir esos bienes.
Muy
distinto es el criterio evangélico de Jesús, para quien la persona no vale por
los bienes que posee o que puede producir, sino que vale por sí misma, por el
solo hecho de ser persona. No es de extrañar que Jesús aplique estos criterios,
porque Él es Dios y, en cuanto Dios, es el Creador de todos los seres humanos,
incluidos aquellos que son dejados de lado por la sociedad atea, materialista y
hedonista de nuestros días. Porque es el Creador de todos los hombres, Jesús
sabe cuál es el valor de cada persona y sabe que vale por lo que es y no por lo
que tiene, a diferencia del mundo, y por este motivo, nos anima a invitar a
quienes menos valen a los ojos del mundo, porque a sus ojos, tienen muchísimo
valor.
Pero
Jesús nos anima a obrar la misericordia para con aquellos que nada pueden
retribuir, y lo hace porque Él nos da ejemplo primero con su vida: Él nos
invita primero a nosotros, que somos como ciegos, paralíticos, lisiados,
pobres, y no tenemos cómo retribuir, al Banquete del Padre, la Santa Misa, banquete
en el que se sirve Carne de Cordero, asada en el fuego del Espíritu Santo; Pan
Vivo bajado del cielo, cocido las llamas del Divino Amor, y Vino de la Alianza
Nueva y Eterna, su Sangre, la Sangre que brota de su Corazón traspasado. No podemos
retribuir por nosotros mismos, pero sí podemos retribuir y ofrecerle, en acción
de gracias por tanta misericordia, la Divina Eucaristía.
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