“Un
rey dio cien monedas de plata a tres servidores…” (Lc 19, 11-28). En este Evangelio, Jesús nos narra la parábola de un
rey –un hombre noble que es investido rey- que da cien monedas de plata[1] a
tres servidores, esperando que estos, a su vez, le devuelvan el importe con
creces. El primer servidor le devuelve diez veces más de lo que recibió y
recibe en recompensa el gobierno de diez ciudades; el segundo servidor le
devuelve cinco veces más de lo que recibió, y recibe en recompensa el gobierno
de cinco ciudades; por último, el tercer servidor le devuelve las cien monedas
de plata porque no las hizo producir “porque tuvo miedo de su señor” y en
respuesta el rey, indignado, ordena que le sean quitadas las cien monedas.
Se trata de una versión de la parábola de los talentos,
representados estos en las monedas de plata. A su vez, cada uno de los elementos de la parábola
tiene un significado sobrenatural: el rey que da las monedas de plata es Jesús;
los sirvientes somos nosotros; el momento en que el rey pide cuentas a sus
servidores es el momento de nuestra muerte, en donde quedan al descubierto
nuestras obras, buenas o malas; las ciudades que el rey da en recompensa,
representan el Reino de los cielos; las monedas de plata son los dones que Dios
nos dio, y es aquí en donde debemos detenernos a reflexionar, porque cada uno
de nosotros, por el solo hecho de ser cristianos, hemos recibido dones
celestiales de un valor infinitamente superior a no solo cien, sino cientos de
miles de millones de monedas de plata. Basta pensar solamente en el bautismo
sacramental, por medio del cual hemos sido adoptados como hijos por parte de Dios al
recibir la filiación divina, y hemos sido convertidos en hermanos de Cristo y
en herederos del Reino celestial. A esto le debemos agregar muchos otros dones
más, pero para no hacer la lista interminable, pensemos en el don de la
Eucaristía: en cada comunión eucarística, Dios Padre nos da todo lo que tiene y
lo que más ama, su Hijo Jesús en la Eucaristía, y Jesús a su vez, una vez en el
alma, nos dona a Dios Espíritu Santo, convirtiendo cada comunión en un
mini-Pentecostés, por el cual el Amor de Dios quiere incendiar al alma en el
Fuego del Amor Divino.
“Un rey dio cien monedas de plata a tres servidores…”. Nosotros no hemos recibido cien monedas de plata, pero hemos
recibido dones espirituales y sobrenaturales de valor incalculable, y por esto mismo debemos recordar
las palabras de Jesús: “Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho”. Esto significa que si el rey de la parábola pidió a sus servidores el fruto de las monedas, mucho más nos pedirá el Hombre-Dios Jesucristo el fruto de los dones recibidos de sus manos: Dios nos
pedirá cuentas del Amor suyo recibido en el Bautismo, en la Confirmación, en la
Comunión Eucarística; nos pedirá cuentas de si hicimos fructificar ese Amor
celestial, nos preguntará si dimos misericordia y amor a nuestros hermanos, o
si nuestras comuniones y todos sus dones fueron en vano.
[1]
Las cien monedas de plata equivaldrían a un poco más de cinco mil euros, según
un cálculo estimativo: “En función del peso en plata, el valor de 30 denarios
de plata a día de hoy sería el equivalente a 117 gramos de plata. El precio de
la plata en el mercado de metales preciosos oscila entre los 450 euros/kg y los
540 euros/kg, según las tablas de cotizaciones de Londres. En este sentido,
basándonos sólo en el peso del metal, 30 denarios de plata equivalen
aproximadamente a 60 euros, tomando como referencia un peso de 117 gramos en
plata. No obstante, si extrapolamos a la equivalencia de salarios; comparando
el salario medio del imperio romano con el salario medio de la actualidad, los
30 denarios de plata serían el equivalente a una nómina media de nuestra
sociedad. Este valor se podría fijar aproximadamente en unos 1.500 euros el
equivalente a los 30 denarios de plata” (cfr. http://amen-amen.net/de-la-biblia/biblia/%C2%BFcuanto-valen-hoy-las-30-monedas-de-plata-que-recibio-judas/).
Según esto, el primer servidor devolvió quinientos mil euros y el segundo,
doscientos cincuenta mil. Como sea, el premio dado a estos servidores –diez ciudades
a uno y cinco ciudades a otro- es exorbitante y supera ampliamente el valor de
las monedas de plata hechas fructificar por los servidores.
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