Jesús trae como ejemplo dos hijos de un mismo padre (cfr. Mt 21, 28-32): ante el
pedido de su padre de ir a trabajar en su viña, el primero dice que no irá,
pero luego va; el segundo dice que irá, pero luego no va. El primero es el que, luego de haber cometido el mal, experimenta el remordimiento de su conciencia, se arrepiente y se salva;
el segundo en cambio representa a aquellos que honran a Dios con los labios, pero cuyo
corazón está lejos de Él. De esta manera, Jesús nos habla acerca del valor del
remordimiento de conciencia, como signo de la gracia y de la vitalidad del
alma, puesto que la falta del remordimiento, frente al mal cometido, es un
signo de que el alma está endurecida en el mal y muerta por el pecado. Los casos
extremos son Pedro y Judas Iscariote. Con relación al remordimiento, dice San Agustín: “El
remordimiento es una gracia para el pecador. Sentir el remordimiento y
escucharlo es una prueba de que la conciencia no está apagada. El que siente su
herida, desea la curación y toma su remedio. Donde no se siente el mal, no hay
esperanza de vida”.
Entonces, con
los ejemplos de los dos hijos, Jesús se refiere a dos casos extremos y no indica
ningún caso en donde el que prometa, cumpla. Podemos tomar como caso paradigmático
de la falta de los que prometen falsamente a Dios con doblez de corazón y de
los que se presentan exteriormente cerca de Dios, pero con un corazón todavía
no convertido, el fracaso de Pedro en sus promesas (cfr. Mt 26, 35).
La
enseñanza estaría en prevenirnos de prometer a Dios una fidelidad que no
podremos cumplir de no mediar su asistencia y no ser presuntuosos, puesto que
sólo Él puede darnos esa gracia. De ahí que la actitud de la verdadera
fidelidad, lejos de prometer a Dios, implora de Él su sostén. Entonces sí que
la fidelidad es segura, porque desconfía de sí misma y se apoya en Dios. Ése debe ser el espíritu
de todo propósito de enmienda.
Ahora
bien, puesto que Pedro finalmente se arrepiente, los dos hijos podrían
representar dos estados del alma en una misma persona, en dos momentos
diferentes, en dos estadios distintos de su evolución espiritual y de su
respuesta a la gracia. En un primer momento, se presenta como falso, con doblez
de corazón y con temeridad, cuando dice que irá a trabajar a la viña, pero no
va –es Pedro cuando promete dar la vida por Jesús, pero luego lo traiciona tres
veces-; en un segundo momento, por la acción de la gracia, ante el mal
cometido, el remordimiento de conciencia lo lleva a reconocer su error y a
pedir perdón y por lo tanto, va a trabajar a la viña: es Pedro cuando, al canto
del gallo, reconoce su traición y se arrepiente. Judas Iscariote, por el
contrario, no responde a la gracia y no se arrepiente, puesto que rechaza el
remordimiento de conciencia, ya que su alma permanece muerta por el pecado
mortal de la traición. La enseñanza entonces es el pedir la gracia de la
perseverancia final, la conversión del corazón y el no ser presuntuosos,
pensando en que somos algo por nosotros mismos, porque, como dice Jesús, sin
Él, nada podemos: “Sin Mí, no podéis hacer nada” (Jn 15, 5), y además, sin Él, somos “nada más pecado”.
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