viernes, 26 de diciembre de 2014

Octava de Navidad 3 2014 Los pastores


         Los primeros destinatarios del mensaje más trascendente de la historia de la humanidad son, paradójicamente, unos pastores, es decir, hombres iletrados, incultos, que apenas si sabían las reglas mínimas de la lecto-escritura de su época. ¿Por qué los ángeles eligen a los pastores, a quienes ubicaríamos, en nuestros días, casi en la escala de la indigencia? Obviamente, estaba dentro de los planes de Dios, pues los ángeles de Dios no toman decisiones autónomas, independientes de la Voluntad Divina. Sin embargo, la pregunta queda todavía sin responder: ¿por qué los ángeles eligieron a los pastores y no a hombres más cultos, más intelectuales, más capaces incluso desde el punto de vista humano? Porque Dios no mira ni juzga exterior y superficialmente, como hacemos los hombres, y sí en cambio, juzga, porque ve como a plena luz del día, puesto que es su Creador, al corazón del hombre; entonces, los ángeles eligen a los pastores, para comunicarles la noticia más trascendente de la humanidad, debido a que, a pesar de su escasa o nula cultura, humanamente hablando, sus corazones son nobles, sinceros, transparentes, y están abiertos a la Verdad y a la Gracia Increada que provienen del cielo. Precisamente, es la docilidad a la gracia, lo que los prepara y los habilita para escuchar y aceptar, con fe y con amor, el mensaje angélico, sin anteponer el orgullo de sus propios razonamientos. Esto es lo que explica que, cuando los ángeles les comunican el mensaje del Nacimiento, ninguno interpone sus propios razonamientos, ni cuestiona lo que le ha sido comunicado de parte de la Divina Sabiduría y del Divino Amor: todos, sin excepción, escuchan el mensaje y lo aceptan con fe y con amor, para luego encaminarse a adorar a su Dios y Señor que ha nacido de una Madre Virgen y se ha aparecido como un Niño recién nacido. Sin embargo, no es la ausencia o presencia de “ciencia humana” lo que determina la elección de los pastores, sino la ausencia de soberbia, la presencia de humildad y la docilidad a la gracia. Esto quiere decir que un gran científico, de inteligencia brillante, si es humilde y dócil a la gracia podría, con toda tranquilidad, recibir el mensaje angélico; lo que imposibilita la recepción del mensaje es la soberbia del espíritu.
         Esta docilidad inicial a la gracia, aumenta aún más la gracia en el alma, de modo que, a medida que los pastores se acercan al Pesebre, sus rudos intelectos y al mismo tiempo, sus nobles y puros corazones, ven acrecentar tanto el conocimiento como el amor sobrenatural a ese Niño que yace en un pesebre, al punto que, cuando se acercan, los pastores no caben en sí del gozo, de la admiración y del estupor, que les provoca la contemplación de un Dios hecho Niño, sin dejar de ser Dios, y se postran en adoración ante el Niño Dios.

         Docilidad a la gracia, humildad de corazón, inteligencia ruda pero abierta a la Verdad: son todas virtudes necesarias para poder contemplar el misterio del Niño Dios, y amarlo y adorarlo, tal como lo hicieron los pastores. Ahora bien, estas virtudes no las enseñan los maestros humanos, sino el Divino Maestro, el Espíritu Santo.

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