“Genealogía de Jesucristo, hijo de David…” (Mt 1, 1-17). Si la Biblia es un libro
religioso, ¿qué sentido tiene incluir una lista tan larga de ancestros de
Jesucristo? ¿No corresponde eso más bien a un libro de historia? Dicho de otra
manera: incluir una genealogía tan larga, en un libro religioso como la Biblia,
¿no sería caer en un prurito historicista, inapropiado para este tipo de libros?
Y llegado el caso que se justificara, ¿cuál sería el sentido de documentar una
genealogía tan extensa?
Por
un lado, hay que responder que la Biblia no es meramente un “libro religioso”,
sino también “de historia”, en cuanto que todo lo que está relatado en ella sucedió real
y verdaderamente; es decir, la Biblia no es un libro de ficción religiosa, ni
de fábulas, ni de mitos, por lo que lo que se relata en ella cuenta con el
valor de la historia y no de la fábula y de la fantasía mitológica; esto es
sumamente importante, a la hora de desmentir a los que niegan dogmas de la
religión católica, como la Encarnación del Verbo o la Virginidad de María,
basados precisamente en datos de la Sagrada Escritura: al ser la misma un libro
de historia, que relata hechos históricos –aunque el modo de relatar la
historia no sea al estilo científico actual, lo mismo es historia real y
verdadera-, los datos aportados son fidedignos y por lo tanto sirven de
sustento real para el dogma.
Por
otro lado, el sentido de incluir una genealogía tan extensa, no se debe a un
mero “prurito historicista”, sino a la intención de dejar bien documentado la
existencia de una genealogía humana en el hecho más trascendente de la historia
de la humanidad: el ingreso en el tiempo y en la historia de la humanidad y ante
todo en la raza humana, en los mismos
genes de la raza humana, si así se puede decir, del Verbo Eterno de Dios, es
decir, al Encarnación del Verbo, la Palabra Eternamente pronunciada del Padre.
Si
nosotros observamos la lista de la genealogía, vemos cómo se da una larga sucesión
de personas humanas, una tras otra, hasta llegar a Jesucristo y, cuando se
llega a Jesucristo, es allí cuando se produce el milagro, la Encarnación del
Verbo, porque Jesucristo es la Palabra Eternamente pronunciada del Padre, que
se encarna en una naturaleza humana para hacerse hombre, sin dejar de ser Dios.
La genealogía humana de Jesucristo muestra entonces a una serie de personas
humanas, que se suceden una tras otra, tal como sucede en cualquier otra
genealogía humana, hasta llegar al hecho más trascendente de la historia de la
humanidad: la Encarnación del Verbo, cuando el Padre pronuncia, desde la
eternidad, desde el cielo, su “Yo Soy”, sobre la humanidad, y es así como el
Verbo de Dios, llevado por el Amor Divino a las entrañas virginales de la Madre
de Dios, se encarna, adquiere Cuerpo, Sangre y Alma humanos, creados en ese
momento y con los cuales reviste su Divinidad, para permanecer nueve meses en
el seno materno, nacer virginalmente y así donarse como Pan Vivo bajado del
cielo, como Eucaristía, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad
ocultos bajo apariencia de pan.
Este
es el sentido, entonces, de la presencia de una genealogía tan larga en un
libro religioso e histórico, al mismo tiempo, como es la Biblia: constatar el
ingreso del Verbo Eterno de Dios en la historia humana y su Encarnación.
Ahora
bien, si este hecho de la Encarnación es admirable y nos deja maravillados y
sin palabras, hay algo que lo supera –si es que hay algo que pueda superar a la
Encarnación del Verbo-, y este hecho es la Santa Misa, porque la admirable
Encarnación del Verbo se prolonga en la Santa Misa, en la Eucaristía, cuando el
sacerdote ministerial pronuncia las palabras de la consagración, porque por el
sonido humano emitido por el sacerdote, se transmiten las palabras, pero por
las palabras, en ellas y a través de ellas, se comunica y se transmite el Verbo
de Dios, la Palabra de Dios, el Hijo de Dios, quien es el que convierte las
substancias del pan y del vino en las substancias de su Cuerpo, su Sangre, su
Alma y su Divinidad, y es así como, de esa manera, el Verbo de Dios Encarnado, prolonga
su Encarnación en la Eucaristía, en la Santa Misa, por las palabras de la
consagración, por la Transubstanciación.
Por
todo esto, nos postramos en adoración, con el corazón lleno de sagrado estupor,
de alegría y de amor, ante el Verbo de Dios que se encarna en el seno virgen de
María, que nace en Belén, “Casa de Pan”, y que prolonga su encarnación, donándose
como Pan de Vida eterna, en la Eucaristía, y junto con la Madre de Dios, lo
adoramos, lo bendecimos, le damos gracias.
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