Cuando se contempla el Pesebre de Belén, parece una típica
escena familiar palestina de hace veinte siglos: una madre, un hijo recién
nacido, un padre. La particularidad es que el niño ha nacido en una gruta, en
un refugio para animales, por lo que el grupo familiar, además de encontrarse
en este particular lugar, está rodeado por los “propietarios” del lugar, los dos
mansos y humildes animales, el buey y el asno. Sin embargo, la “típica escena
familiar palestina de hace veinte siglos”, esconde, a la par que revela,
secretos admirables, provenientes de la eternidad misma de Dios Trino; secretos
que escapan a la mente humana y angélica, por ser tan altos, tan sublimes, tan fascinantes
y tan majestuosos. La madre no es una madre más entre tantas: es Madre y
Virgen, porque es la Virgen profetizada por Isaías[1],
la señal dada por Dios en Persona: “he aquí el Señor os dará una señal: una
Virgen concebirá y dará a luz un hijo (…) será llamado “Emmanuel”, “Dios con
nosotros”; el Niño no es uno más entre tantos, sino Dios Hijo en Persona, como
lo había anunciado el Ángel a la Virgen: “El poder del Altísimo te cubrirá (…)
concebirás y darás a luz un hijo, que será llamado “Hijo del Altísimo”” y por
eso el Niño es Niño Dios; por último, el padre de este niño, no es un padre más
entre tantos: San José es el padre adoptivo del Niño Dios, elegido por el
Eterno Padre debido a su santidad, a su pureza, a su castidad, para que eduque
y cumpla la función de padre terreno de su Hijo Eterno encarnado. San José es
padre adoptivo del Niño Dios, y es esposo meramente legal de la Virgen y Madre,
porque en la concepción del Niño no intervino varón alguno, puesto que el Niño
es Dios Hijo y fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, en el seno
virgen de María Santísima. La escena familiar palestina de hace veinte siglos,
revela un secreto sorprendente: es la Sagrada Familia de Nazareth, en donde
todo es santo, porque todo está centrado en el Niño del Pesebre, Jesús, el Niño
Dios.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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