El Arcángel Gabriel anuncia a Zacarías
“Te
quedarás mudo por no haber creído en mis palabras” (Lc 1, 5-25). El Arcángel Gabriel anuncia a Zacarías el nacimiento
de Juan el Bautista. Sin embargo, a diferencia de la Virgen, que acepta con
amorosa confianza la Palabra de Dios revelada por el ángel, Zacarías, por el
contrario, desconfía de la Palabra de Dios y de su mensajero: “¿Cómo puedo
estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada”. Es
decir: el Arcángel Gabriel, enviado por Dios, acaba de revelarle, en nombre de
Dios, el milagro que Dios en persona le ha hecho, a él y a su esposa Isabel, en
respuesta a su petición –tener un hijo a pesar de la edad avanzada de ambos-;
además, por añadidura, el Arcángel le anuncia que ese hijo, el Bautista, no
será uno más entre tantos, sino que está llamado a cumplir una gran misión
dentro del Pueblo Elegido, y lo cubre de elogios: “estará lleno del Espíritu
Santo, será grande a los ojos del Señor, no beberá vino ni licor, y hará que
muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios”. Y a pesar de todo esto, Zacarías
desconfía. Como consecuencia de esta desconfianza, Zacarías pierde el habla por un tiempo –no es un castigo, sino una consecuencia lógica de la desconfianza, porque pierde la comunión de vida y amor con Dios-. Ahora bien, con esta
desconfianza en Dios, en su mensajero y en su mensaje de amor, Zacarías se
auto-excluye de la comunión de vida y amor con Dios, y esa auto-exclusión no es
otra cosa que el pecado. Zacarías queda mudo, no por un “castigo” de Dios, sino
por su propia auto-exclusión con Dios, con su Amor y con su Vida. A la
Sabiduría y al Amor de Dios, manifestados en el mensaje del Arcángel, Zacarías
le opone la malicia de su razonamiento, la duda de su razón, que le impide ver
las maravillas que puede obrar Dios, precisamente, con su Sabiduría y con su
Amor. Cuando el ángel le dice: “Te quedarás mudo por no haber creído en mis palabras”, no le está diciendo que Dios lo castiga, sino que simplemente le anuncia cuál es la consecuencia de su actitud -necia- frente al mensaje divino.
En
la actitud desconfiada de Zacarías, se refleja la actitud de muchos católicos
con respecto a las enseñanzas del Magisterio de la Santa Iglesia Católica. Muchos,
en el día de hoy, repiten la misma actitud de Zacarías, frente al Magisterio de
la Iglesia, desconfían del Magisterio y eso, en el fondo, implica desconfiar
del Amor y de la Sabiduría de Dios, contenido y explicitado en ese Magisterio,
pero al mismo tiempo que desconfían, le oponen su propio razonamiento, tal como
hizo Zacarías ante el anuncio del ángel. Esta oposición al Magisterio de la
Iglesia, se da en diversos frentes, y es así como surgen católicos que están a
favor del aborto, de la eutanasia, de la fecundación in vitro, o de cuantas modificaciones dogmáticas se les ocurran. Cometen el mismo error de
Zacarías: oponen, al Amor y la Sabiduría divinos, la razón humana con sus
endebles razonamientos.
A
estos tales, les ocurre, aun cuando no lo sepan, lo de Zacarías: se
auto-excluyen de la comunión de vida y amor con Dios Uno y Trino. Y es, en definitiva, lo que sucede con el pecado: ante la Voluntad de Dios, expresada en los Mandamientos, el soberbio opone su propia voluntad, eligiéndola, y cometiendo el pecado.
¿Qué hacer?
Imitar a la Virgen, que al saber que era la Voluntad de Dios, solo por ser la Voluntad de Dios, dijo inmediatamente que "Sí", porque amaba a Dios con tanta intensidad, que lo único que deseaba era cumplir su Voluntad, y por eso dejaba de lado su propia voluntad. De esta manera, ayudándonos a crecer en la humildad, la Virgen nos prepara para el misterio de la Navidad, para que nazca en nuestros corazones su Hijo, Jesucristo, Dios Nuestro Señor, porque el Niño de Belén no puede nacer en corazones soberbios, sino en corazones humildes, como el Inmaculado Corazón de María.
¿Qué hacer?
Imitar a la Virgen, que al saber que era la Voluntad de Dios, solo por ser la Voluntad de Dios, dijo inmediatamente que "Sí", porque amaba a Dios con tanta intensidad, que lo único que deseaba era cumplir su Voluntad, y por eso dejaba de lado su propia voluntad. De esta manera, ayudándonos a crecer en la humildad, la Virgen nos prepara para el misterio de la Navidad, para que nazca en nuestros corazones su Hijo, Jesucristo, Dios Nuestro Señor, porque el Niño de Belén no puede nacer en corazones soberbios, sino en corazones humildes, como el Inmaculado Corazón de María.
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