El Nacimiento del Niño Dios
convierte, al matrimonio meramente legal de María y José, en familia, la “Sagrada
Familia de Nazareth”. La Iglesia propone, para su contemplación e imitación, a
esta Sagrada Familia, y la propone como modelo para toda familia cristiana.
¿Cuál es la razón por la que esta Sagrada Familia es modelo? Porque en esta
familia, todo es santo y todo es santo, porque todo gira en torno a Jesucristo,
todo está centrado en Jesucristo y al estar todo centrado en Jesucristo, todo
es santo, porque es Él quien todo lo santifica: la madre de esta familia es
santa, porque la Virgen ha sido concebida en gracia e inmaculada, en virtud de
los méritos de la Pasión de su Hijo y por es Virgen Santísima, y es Madre al
mismo tiempo, pero como es Madre de Dios –en la concepción del Niño Dios no
hubo intervención de varón, pues Jesús es el Hijo de Dios, concebido por obra y
gracia del Espíritu Santo y nacido de María, Madre y Virgen-, es Madre
Santísima, porque la Madre de Dios no puede tener ni la más mínima impureza de
la malicia del pecado; San José, el Padre adoptivo del Niño y esposo meramente
legal de la Virgen, es el varón casto, puro y santo, porque él también está
inhabitado por el Espíritu Santo, para cumplir esta doble función que le ha
sido encargada por la Trinidad: la de ser esposo meramente legal de la Virgen y
la de ser el padre humano y adoptivo del Hijo Eterno del Padre; San José es el
padre humano que habrá de cuidar y enseñar a su Hijo, que es Dios, como hace
todo padre humano con sus hijos, y así reemplaza a Dios en su función de padre
en la tierra; por último, el Hijo de esta familia, Jesús, también es santo, es
Dios Hijo, tres veces santo y fuente de toda santidad.
Entonces, todo en esta familia está centrado en Jesucristo,
que es Dios Hijo encarnado; todo tiende a Él y de Él brota toda paz, toda
gracia, toda alegría y todo amor, por eso la Sagrada Familia es modelo de amor
a Jesucristo para toda familia cristiana y así es el modelo de cómo deben ser
los padres y los hijos cristianos. Si los padres quieren aprender cómo tratar a
sus hijos según la Ley del Amor de Dios, solo tienen que contemplar a la Sagrada
Familia; si los hijos quieren aprender cómo amar a los padres en la Ley del
Amor de Dios, todo lo que tienen que hacer, es contemplar al Hijo de esta
familia, Jesús, para imitarlo.
En
esta familia, todo lo que es humano está santificado por la gracia, y lo
divino, lo que viene del cielo, que es el Hijo de esta familia, Jesús, está
unido indisolublemente a lo humano y santifica todo lo humano, de manera tal
que las pequeñas cosas de todos los días y las relaciones y el trato entre los
integrantes de esta Familia Santa, están permeadas y respiran santidad y amor
de Dios. Así, la Sagrada Familia es modelo para todas las familias que quieran vivir
en la paz, en la alegría, en el amor y en la santidad de Dios.
Todos y cada uno de los integrantes de esta Sagrada Familia,
son modelos insuperables de santidad: la madre de esta familia, la Virgen, es
Madre de Dios, y es modelo de maternidad para toda madre, porque la Virgen amó
y acompañó a su hijo desde la Encarnación, hasta su muerte en cruz, así como
fue también la primera en contemplar a su Hijo resucitado.
San José es modelo de esposo casto y de padre de familia: de
esposo casto, porque su matrimonio con la Virgen fue meramente legal, y de padre
de familia, porque hasta su muerte, que ocurrió antes que Jesús saliera a
predicar, fue esposo y padre ejemplar, cuidando de la Sagrada Familia con toda
dedicación y con todo el amor de su casto y santo corazón. José es así modelo
para todo padre cristiano, pero es también modelo para todo cristiano en su
relación con Jesús, en su trato cotidiano con el Verbo de Dios encarnado, en
un doble aspecto: la cotidianeidad en el trato con Jesús y la contemplación del
misterio de saber que ese Jesús al que trata todos los días como a su hijo,
como hace cualquier padre con su hijo, es Dios encarnado, que se hace hombre
sin dejar de ser Dios.
José
es modelo entonces para todo cristiano en su relación con Jesús, porque si bien
José educa y cuida a su Hijo con el amor de padre, no puede, al mismo tiempo, dejar
de considerar y de asombrarse por el misterio insondable que significa que ese
Niño, ese Joven, al que él educa como a su Hijo, es Dios Hijo y se ha
encarnado y vive en el tiempo y en el espacio; es decir, José, aún viviendo la
rutina de todos los días en el trato con su Hijo, no deja de contemplar el
misterio sagrado que se encierra en este Niño, en este Joven, que es su Hijo,
pero que es a la vez su Creador, su Dios y su Padre. Así, José es modelo para
la relación del cristiano con la Eucaristía: la cotidianeidad no debe ocultar
ni opacar el misterio insondable que significa que la Eucaristía es Dios Hijo
encarnado, glorioso y resucitado, que se dona con todo su Ser trinitario y con
todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Al igual que San José, el
cristiano no puede nunca “acostumbrarse” rutinariamente a su trato y no puede,
tampoco, dejar de asombrarse y maravillarse por el Don Eucarístico, que es el “Emmanuel”,
“Dios con nosotros”, bajo las apariencias de pan.
A su vez, Jesús, el Niño Dios, es modelo y ejemplo
insuperable para todo niño y para todo joven en la relación para con sus padres,
relación que debe estar basada en el amor filial y que se encuentra establecida en el
Cuarto Mandamiento: “Honrarás padre y madre”, porque la honra se basa en el
amor. El amor de Jesús hacia sus padres terrenos, la Virgen y San José, se
demuestra y se vive en las relaciones de todos los días: en el trato cariñoso y en la obediencia
filial basada en al amor –por ejemplo a la Virgen la acompañaba al mercado, a comprar
los alimentos con los cuales habrían de preparar la comida de todos los días, y
esto lo hacía con amor-, en la colaboración alegre y esforzada en las tareas
hogareñas -y también en el trabajo, puesto que ayudaba a San José en el taller de carpintería, y esto, desde muy pequeño-, en el don del cariño, de la sonrisa, de la amabilidad y de la
ternura hacia sus padres.
Además,
Jesús, el hijo de esta familia, es modelo ideal de hijo, porque no solo nunca
ni siquiera tuvo ni el más pequeñísimo gesto de impaciencia para con sus
padres, sino que, llevado por el amor a ellos, ofrendó su vida en la cruz por
sus padres, por la Virgen y por San José, su padre adoptivo. Por ese motivo, es
modelo ideal de hijo para todo hijo que desee amar a sus padres con el Amor
mismo de Jesús.
La
Sagrada Familia ofrece a su Hijo, para el sacrificio de la cruz y como Pan de
Vida eterna, y así es ejemplo para toda familia cristiana que, por un deber de
justicia, debe consagrar sus hijos a Dios, para que cumplan la Voluntad de Dios
en sus vidas –sea en el matrimonio, sea en la vida consagrada-, así como lo
hizo la Sagrada Familia de Nazareth, que consagrando su Hijo a Dios, al nacer,
en la ceremonia de la Presentación del Niño, donó a su Hijo, primero en la cruz
y luego y luego en la Santa Misa, para
la salvación del mundo.
Así
como en la Familia Santa de Nazareth todo es santo, así también en la familia
católica, todos sus integrantes deben ser santos, y esta santidad inicia con la
gracia santificante que se otorga en los sacramentos –en este caso, el
Bautismo, el Sacramento de la Penitencia y la Eucaristía- y esta santidad, la
obtiene la familia católica viviendo en gracia santificante, recurriendo al
sacramento de la confesión y obrando la misericordia según sus posibilidades
como núcleo familiar.
La
Iglesia propone entones la contemplación de la Sagrada Familia de Nazareth,
para su imitación y ejemplo para que la familia cristiana no solo no tenga como
meta objetivos mundanos, propios de quienes no conocen a Jesucristo, sino para
que alcance la meta final, para la cual Dios la ha puesto en esta vida: entrar
en comunión de vida y amor con la Familia Divina, las Tres Personas de la
Santísima Trinidad, en los cielos.
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