(Domingo
III - TP - Ciclo B – 2015)
“Entonces les abrió la inteligencia
para que pudieran comprender las Escrituras” (Lc 24, 35-48). Jesús resucitado se aparece a sus discípulos,
quienes se muestran atemorizados e incrédulos ante la realidad de su
Resurrección: “atónitos y atemorizados, creían ver un espíritu”: pero también
se muestran desconocedores e incrédulos de las Escrituras que hablaban acerca del
sufrimiento que debía soportar el Mesías antes de su Resurrección, tal como les
dice Jesús, recordándoselos: “Cuando estaba entre ustedes, les decía: ‘Es
necesario que se cumpla lo que está escrito de Mí en los Profetas…’”.
Lo que sucede con los discípulos es que “no comprenden” las Escrituras, “creen
ver un fantasma” y “no reconocen a Jesús resucitado”, porque a todo el misterio
pascual de Jesús –su Pasión, Muerte y Resurrección-, lo analizan con la débil luz
de su razón natural, lo cual les hace imposible alcanzar la más mínima
comprensión de tan grandioso y sublime misterio. Para poder darnos una idea,
pretender comprender las Escrituras, sobre todo en lo relativo al misterio pascual de
Jesucristo, con la sola luz de la razón natural, es como pretender iluminar la luna, en
una noche estrellada, con la débil luz de una cerilla. El misterio de Jesucristo es un
misterio absoluto, que supera por completo la capacidad de la razón humana, porque se trata de un misterio que se origina en la Santísima Trinidad: la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de la Persona Segunda de
la Santísima Trinidad, y si Él no nos lo revela en Persona, es imposible para
nosotros conocer este misterio, y esto es lo que les sucede a los discípulos y
es por eso que se muestran “atemorizados”, con “dudas”, “incrédulos”, y “desconocedores”
de las profecías de las Escrituras.
Frente
a esta situación, Jesús realiza un gesto que cambia por completo, más que el
ánimo, la inteligencia y la voluntad de los
discípulos, porque si antes se mostraban atemorizados e incrédulos y
desconocedores de las Escrituras, a partir de ahora estarán firmes en la fe, seguros
de la Resurrección y convencidos del misterio Pascual de Jesucristo. ¿Qué es lo
que hace Jesús, que les cambia radicalmente sus vidas? Lo dice el Evangelio: Jesús
sopla sobre ellos el Espíritu Santo, quien “les abre la inteligencia” al
concederles la gracia santificante, que los hace partícipes de la vida divina y
por lo tanto, los hace partícipes del modo de conocimiento que tiene Dios mismo
de sí mismo: por lo tanto, les concede la capacidad de conocer no de un modo
humano, sino de un modo divino, los hace capaces de conocer con la capacidad de conocimiento sobrenatural
que tiene Dios mismo.
Así,
comprenden las Escrituras no de un modo racional y humano, sino de un modo
sobrenatural y divino, porque sus almas están iluminadas por el mismo Espíritu
Santo. Solo cuando Jesús sopla sobre ellos el Espíritu Santo, iluminándoles la
inteligencia, los discípulos se vuelven capaces no solo de comprender las
Sagradas Escrituras, sino de comprender que Jesucristo resucitado, glorioso en
medio de ellos, no solo es la realización y el cumplimiento de todo cuanto ha
sido anunciado y profetizado en la Palabra de Dios, sino que es la Palabra de Dios en Persona. Es el
Espíritu Santo quien les hace comprender el misterio sobrenatural absoluto de
Jesucristo, Palabra de Dios Encarnada, que ha cumplido su misterio pascual de
Muerte y Resurrección y ahora se encuentra de pie, frente a ellos, glorioso y
resucitado, dándoles pruebas de su resurrección y enviándolos a proclamar la
Buena Noticia de la Resurrección. Sin la intervención del Espíritu Santo, que
concede a los discípulos la participación en la naturaleza divina y por lo
tanto laos hace capaces de conocer y amar los misterios de la Trinidad y del
Hombre-Dios Jesucristo, los discípulos habrían permanecido tristes, incrédulos,
e incapaces de comprender que tenían frente a sí al Hombre-Dios Jesucristo en
Persona.
“Entonces les abrió la inteligencia
para que pudieran comprender las Escrituras”. Lo mismo que les sucede a los discípulos con respecto al misterio de
Jesús resucitado, nos sucede a nosotros con respecto al misterio de Jesús
Eucaristía: tanto para uno como para otro misterio, es necesario el don del
Espíritu Santo, para que nos abra la inteligencia de un modo sobrenatural, para poder
comprender los misterios, porque sobrepasan la capacidad de nuestra razón. Si usamos
solo la razón para tratar de comprender o de aprehender el misterio
eucarístico, permaneceremos como los discípulos antes del don del Espíritu
Santo: atemorizados, incrédulos, ante la sorprendente realidad de la Presencia
de Jesús glorioso y resucitado en la Eucaristía. Solo si Jesús nos concede la
gracia de abrirnos la inteligencia con el don del Espíritu Santo, podremos
apreciar, con los ojos de la fe, su Presencia real, con su Cuerpo, su Sangre,
su Alma y su Divinidad, en la Eucaristía, y nuestros corazones “arderán” con el
fuego de su Amor en la contemplación y en la adoración eucarística.
Y de la misma manera a como Jesús, después de abrirles la inteligencia y darles la capacidad de contemplar su misterio, los envía dar testimonio de lo contemplado: "Ustedes son testigos de todo esto", así, de manera análoga, también nosotros somos enviados a ser testigos del misterio eucarístico. La Buena
Noticia que debemos anunciar a nuestros prójimos es que Jesús está Resucitado en la
Eucaristía y por la Eucaristía viene a conducirnos a la vida eterna; ésa es la
Buena Noticia que debemos anunciar y el testimonio que
debemos dar, que debe ser, ante todo, con la caridad y el amor
sobrenatural, reflejado en el amor misericordioso hacia los más necesitados.
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