(2015)
Para comprender el
lucernario, es decir, el inicio de la ceremonia de la Vigilia Pascual en el que
se bendice el fuego con el que se enciende el Cirio Pascual, símbolo de Jesús
resucitado, es necesario ubicarnos en el Viernes Santo: Jesús, el Hombre-Dios,
ha muerto en la cruz. El Evangelio dice que “las tinieblas cubrieron la región
desde las doce hasta las tres de la tarde” (cfr. Mt 27, 33-45). Esas tinieblas,
son la consecuencia de un eclipse solar, pero ante todo, son las tinieblas
espirituales, las tinieblas del infierno, del pecado y de la muerte, que en
apariencia, han vencido al morir el Hombre-Dios, que por ser Dios, es Luz y si
es Luz, al morir la Luz, prevalecen las tinieblas. Sin embargo, precisamente,
por el hecho de que Jesús es Dios y es Luz, vence a las tinieblas, puesto que es
Luz Eterna y la Luz Eterna es Vida divina, que no solo vence para siempre a las tinieblas del infierno, del pecado y de
la muerte, porque donde está la luz no prevalecen las tinieblas, sino que
vivifica y hace partícipe de la vida divina a quien ilumina, concediendo la
vida, la gloria, la luz, la alegría y el amor divinos a todo aquel que se
acerca a Él. El Cirio Pascual, encendido en la ceremonia del lucernario, en la
Vigilia Pascual, simboliza a Cristo Luz del mundo; a Cristo Luz de Dios; a
Cristo Dios, que es Luz y Luz Eterna, indefectible, que vence a las tinieblas
para siempre y que vivifica y glorifica con su luz divina a todos aquellos a
los que ilumina. Esto es lo que quiere significar la Iglesia con la ceremonia
del lucernario: que Cristo vence a las tinieblas del infierno, del pecado y de
la muerte y que conduce a su Iglesia a la luz eterna en la que Él habita.
“Todavía no habían comprendido que debía resucitar de entre
los muertos” (Jn 20, 1-9). Pedro y
Juan, avisados por María Magdalena que el sepulcro está vacío porque “han
sacado el cuerpo de Jesús y no saben dónde lo han puesto”, corren hasta el
sepulcro y si bien el primero en llegar es Juan, el primero en entrar es Pedro.
Cuando entran en el sepulcro y ven las vendas, en el suelo y en la cabecera del
sepulcro, les sucede algo: comienzan a creer, primero Pedro, que es el primero
en entrar, y luego Juan, que entra en segundo lugar: “Luego entró el otro
discípulo, que había llegado en segundo lugar: “Él también vio y creyó”. Todo hace
suponer que, desde el anuncio de María Magdalena, y mientras dura el trayecto
hasta el sepulcro, tanto Pedro como Juan, no creen todavía en la resurrección
de Jesús, puesto que solo creen cuando ingresan en el sepulcro: “Todavía no
habían comprendido que debía resucitar de entre los muertos”.
¿Por qué no creen a María Magdalena? No porque dudasen de
sus palabras, sino porque la resurrección es un hecho sobrenatural, que
sobrepasa infinitamente la capacidad de la razón natural; no se trata de un
mero volver a la vida natural; no se trata de una mera re-unión del alma con el
cuerpo, para continuar viviendo con la misma vida natural y terrena, como la
que se tenía antes de morir; la resurrección es un hecho absolutamente sobrenatural,
de origen divino, celestial; es un don trinitario concedido a la naturaleza
humana, inédito desde la caída original, por el cual a la naturaleza humana le es
infundida un nuevo principio vital, la vida divina, la cual es insuflada por
participación desde el mismo Ser divino trinitario. En la resurrección, la
humanidad es hecha partícipe de la vida, de la luz y de la gloria divinas; por
la resurrección, la humanidad es glorificada, es decir, adquiere un estado que
no le corresponde por naturaleza, porque la gloria sólo es propia de la
naturaleza divina, y ésa es la razón por la cual Pedro y Juan no alcanzan a
comprender que Jesús “debía resucitar de entre los muertos”. No comprenden el
alcance de las palabras de Jesús, de lo que significaban sus profecías acerca
de su resurrección, como tampoco comprenden qué es la resurrección en sí misma,
y no lo comprenden, porque tampoco comprenden, porque no la conocen, qué es la
gloria de Dios, aunque tuvieron experiencia fugaz de la gloria de Dios en el
Monte Tabor. La resurrección es la expresión visible, tangible y sensible de la
gloria divina, en la humanidad y a través de la humanidad, y como Pedro y Juan
no han visto a la gloria de Dios en su esencia, no saben qué es la resurrección
y no comprenden, hasta sus últimas consecuencias, qué significa que Jesús “debía
resucitar de entre los muertos”.
Sin embargo, cuando entran en el sepulcro, comienzan a
creer, es decir, comienzan a tener fe, y la fe es un modo de conocimiento
sobrenatural, es decir, al entrar al sepulcro, comienzan a comprender, al revés
de lo que les sucedía antes de entrar
al sepulcro, desde el momento en que María Magdalena les había anunciado que se
“habían llevado el cuerpo de Jesús”. ¿Qué es lo que los hace comprender que Jesús
ha resucitado? ¿Qué es lo que los hace creer que Jesús ha resucitado? La gracia de Dios, porque el
conocimiento de la fe es una gracia que ilumina la inteligencia, que hace
entender de qué se trata la Resurrección y también la voluntad, para aceptar lo que la inteligencia conoce.
¿Qué es lo que sucede en la Resurrección? Para saber qué es
lo que sucede en la Resurrección, nos ubicamos espiritualmente en el sepulcro, acompañando
al Cuerpo sin vida de Jesús, que ha sido colocado sobre la fría loza del
sepulcro el Viernes Santo, y ha sido dejado ahí todo el Viernes y todo el
Sábado Santo, hasta el Domingo de Pascua, por la madrugada. En ese momento, en
el sepulcro todo es oscuridad y silencio. Estamos de rodillas, en una esquina
del sepulcro, contemplando, en las penumbras y a la distancia, al Cuerpo sin
vida de Jesús, tendido sobre la fría loza sepulcral. De pronto, a la altura del
Corazón de Jesús, se enciende una pequeña pero potentísima y hermosísima luz,
de una intensidad más brillante que cientos de miles de millones de soles
juntos; esa pequeña luz, en milésimas de segundos, luego de ocupar todo el
Corazón se extiende, desde el Corazón de Jesús, hacia arriba, en dirección a su
cabeza, y hacia abajo, en dirección a sus pies, y a medida que ocupa el Cuerpo
muerto de Jesús, lo vivifica y lo llena de luz de y gloria divina, de manera
tal que, en una fracción de segundo, el sepulcro, que antes estaba oscuro, frío
y en silencio, ahora está iluminado, resplandeciendo con una luz que no
enceguece, pero que brilla más que miles de millones de soles juntos; además,
se escuchan los cantos de los ángeles, que entonan cánticos de adoración y de
alabanzas, y se ve a Jesús, que está de pie, vivo, glorioso, triunfante,
resucitado, lleno de la vida, de la luz, de la gloria y del Amor divinos, en
medio del sepulcro. ¡Jesús ha resucitado, ha regresado de la muerte, ha vencido
a la muerte para siempre, y ya no muere más, y ha venido desde el Hades, para
comunicarnos de su vida y de su gloria divina! En esto consiste la alegre
noticia de la Resurrección, y esto es lo que Pedro y Juan creen y lo que
nosotros, como cristianos, debemos comunicar: que Jesús ha resucitado y que la
loza del sepulcro está vacía, desocupada. Pero nosotros, además, debemos
comunicar que Jesús no solo ha desocupado la fría loza del sepulcro, porque, a diferencia
de María Magdalena, que “no sabe dónde han puesto al Cuerpo de Jesús”, nosotros sí sabemos dónde está el Cuerpo de
Jesús: el Cuerpo de Jesús ya no está más muerto, en el sepulcro, porque
está, resucitado, vivo y glorioso, en la Eucaristía; ya no está más tendido en
la fría loza del sepulcro, sino que está de pie, vivo, glorioso, lleno de la
vida, del Amor y de la gloria divina, de pie, en el Altar Eucarístico. Eso es
lo que los cristianos debemos comunicar, porque nosotros sí sabemos dónde está
el Cuerpo glorioso de Jesús resucitado: en la Eucaristía.
¿Y qué es lo que sucede en la Eucaristía? Algo análogo a la
Resurrección; tanto, que podemos decir que la
Eucaristía es la continuación y prolongación de la Resurrección: así como
en la Resurrección es el Espíritu Santo el que da vida al Cuerpo muerto de
Jesús, así, por la transubstanciación operada en la Santa Misa, es el Espíritu
Santo el que convierte, a las substancias muertas, sin vida, del pan y del vino
–que representan a la naturaleza humana de Jesús- en las substancias gloriosas
del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús resucitado, Presente
realmente, con su Acto de Ser trinitario, en la Eucaristía. Por eso decimos que
los cristianos sabemos dónde está el Cuerpo glorioso de Jesús resucitado: en la
Eucaristía.
Es importante conocer lo que les pasa a Pedro y Juan con
relación a Jesús resucitado –primero no creen porque no saben qué es la
Resurrección y luego sí creen, porque reciben la gracia de la fe-, porque lo
mismo nos sucede a nosotros en relación a Jesús Eucaristía. Los cristianos no
solo estamos llamados a dar testimonio de que Jesús ha resucitado, sino de que
está vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía, pero si no creemos, porque
no sabemos, qué es la resurrección, entonces, mucho menos podremos dar
testimonio de su Presencia Eucarística. Es por esto que debemos pedir con
insistencia el don de la fe, pero el don específico de la fe en la Presencia
Eucarística, que es su Presencia resucitada, gloriosa: “Señor, aumenta mi fe en
tu Presencia Eucarística, para que yo pueda dar testimonio, con obras de amor
misericordioso, de que Tú estás vivo, glorioso y resucitado en la Eucaristía”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario