“Yo
Soy el Pan de Vida” (Jn 6, 35-40). Jesús
se declara a sí mismo como “Pan de Vida”; es decir, Él, en la Eucaristía, es “Pan
de Vida” y de “Vida Eterna”, porque “el que coma de este Pan, tendrá Vida
eterna”. Quien consume la Eucaristía recibe, por lo tanto, un principio de vida
sobrenatural, celestial, no humano ni angélico, sino divino, proveniente del
Ser mismo trinitario, y es esto lo que caracteriza al cristiano y al
cristianismo. Es necesario considerar y reflexionar en este punto, sobre el
hecho de que la vida cristiana, recibida en la Eucaristía, es santa y divina,
no solamente porque es buena o porque se relaciona de una manera general con
Dios, sino porque se origina en los más alto de los cielos, en el seno mismo de
su Padre celestial[1].
Es importante hacer estas consideraciones, porque hoy se tiende a rebajar la
vida cristiana a un mero psicologismo; hoy, se reduce el ser cristiano a un
simple descubrimiento del propio yo y de sus fuerzas; se rebaja el misterio del
cristianismo al nivel de la razón humana y así la vida cristiana no va más allá
de un psicologismo horizontal, que no trasciende la vida terrena.
Jesús
es “Pan de Vida” en la Eucaristía porque da “Vida” absolutamente nueva, la vida
eterna; no una “vida” humana, como la que ya tenemos por naturaleza; si Jesús
se limitara a dar una vida como la que ya tenemos, nada nuevo nos aportaría y
no sería verdaderamente “Pan de Vida” y mucho menos, de “vida eterna”. Muchos reducen
la “Vida” nueva de Jesús, en el mejor de los casos, a un simple dominio del
espíritu sobre los sentidos[2], lo
cual es compatible incluso con la filosofía moral de los paganos. Jesús es “Pan
de Vida”, porque da una “Vida” completamente nueva, absolutamente distinta a la
humana y a la angélica, puesto que se trata de la vida divina, porque es la
vida que surge, como de su fuente inagotable, del Ser trinitario divino. Jesús es
“Pan de Vida” en la Eucaristía, porque desde allí comunica al alma la vida
cristiana, que consiste en que “el espíritu es regenerado en Dios y en el
Espíritu Santo, transfigurado de claridad en claridad, de acuerdo a la imagen
de la espiritualidad divina, por el Espíritu del Señor[3] y porque
comienza a vivir en el Espíritu y en la virtud de la vida divina”[4].
“Yo
Soy el Pan de Vida”. Jesús en la Eucaristía es Pan de Vida y de Vida Eterna, y por lo tanto, la vida nueva
del cristiano ya no es una vida que se explique por simplones psicologismos de
feria: es una vida mística, oculta e incomprensible al hombre natural: “Nuestra
vida está oculta con Cristo en Dios” (Col
3, 3). No se debe eliminar el misterio de Jesucristo, Pan de Vida Eterna, con
pseudorazonamientos psicologistas, para rebajarlo al nivel de terapia de
auto-ayuda.
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