“Los
hombres de Nínive se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno
que es más que Jonás” (Lc 11, 29-32).
Jesús advierte a la humanidad toda –no solo a los fariseos- que es necesaria la
conversión del corazón para poder entrar en el Reino de los cielos al fin de
los tiempos, en el Día del Juicio Final: “El día del Juicio, los hombres de
Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se
convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que
Jonás”. Jesús toma como ejemplo de conversión a los ninivitas, quienes se
convirtieron luego de que Jonás predicara y les advirtiera, en nombre de Dios,
que un gran castigo caería sobre ellos si no se convertían, si no se
arrepentían de la malicia de sus corazones (cfr. Jon 3, 1-4). Los ninivitas, ante esta advertencia, hicieron todos
penitencia, desde el rey hasta el más pequeño de los súbditos, llegando incluso
a hacer penitencia hasta los mismos animales. Al escuchar la voz de Dios en la
persona de Jonás, que los amonestaba y les pedía que cesaran en sus pecados
para que así salven sus almas, los ninivitas tuvieron temor de Dios –lo cual no
es miedo, sino un respeto reverencial que nace del amor a Dios: se lo ama
tanto, que se teme pecar, porque así se ofende a quien se ama- y por este
temor, decidieron hacer una dura penitencia como signo externo de la conversión
interior del corazón. Es por esto que Jesús los pone como ejemplo de
conversión, al tiempo que señala que si los ninivitas se convirtieron por la
predicación de Jonás, la “generación malvada” –esto es, la humanidad toda- debe
convertirse aún con mayor razón, porque el que está llamando al arrepentimiento
de las malas obras, a la penitencia y a un cambio del corazón hacia Dios, no es
ya un profeta, como en tiempos de Jonás, sino Dios mismo en Persona. En otras
palabras, quien llama a la conversión y a erradicar todo rastro de malicia en
el corazón del hombre, no es ya otro hombre en nombre de Dios, sino el mismo
Dios en Persona, la Persona del Hijo de Dios, Dios Hijo encarnado, el
Hombre-Dios Jesucristo. Es esto lo que Jesús quiere decir cuando dice: “Los
hombres de Nínive se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno
que es más que Jonás”. Y la conversión del corazón tiene como objetivo no un
mero cambio temporal, sino la adquisición de la bienaventuranza en la vida
eterna, ya que esto es lo que Jesús advierte de manera indirecta: “El día del
Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la
condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay
alguien que es más que Jonás”. En el Día del Juicio Final, no subsistirán
delante de Dios quien tenga malicia en el corazón, porque Dios es Bondad y Amor
infinitos y perfectísimos, sin sombra alguna, no ya de malicia, sino ni
siquiera de imperfección alguna. El llamado a la conversión por parte de Jesús
implica el llamado a la santidad, que es al mismo tiempo un llamado a la
perfección cristiana: “Sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto”. Y esta
perfección en la santidad es una perfección en el Divino Amor, que excluye la
más mínima sombra de malicia en el corazón del hombre. Quien no acepte el
llamado a la conversión que predica la Misericordia Divina encarnada, Cristo
Jesús, deberá afrontar, en el Día del Juicio Final, a la Justicia Divina. Y de
Dios “nadie se burla” (Gál 6, 7).
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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