“Cuando
se lleven al novio, entonces ayunarán” (Mt 9, 14-15). Preguntan a Jesús porqué sus
discípulos no ayunan, como sí lo hacen los discípulos de Juan. Jesús responde
utilizando la figura de un novio con sus amigos: cuando estos están con el
novio, hay alegría y, por lo tanto, no hay necesidad de ayunar; pero cuando el
novio no está, entonces sí. El novio –o esposo- que está con sus amigos, es Él
que está con sus discípulos: Él, Dios Hijo, el Unigénito de Dios, eternamente
engendrado en el seno del Padre, es el Esposo que se une en desposorios
místicos con la Humanidad, por la Encarnación, en el seno de María Santísima;
el novio que es llevado, es Él que muere en la cruz, cumpliendo su misterio
pascual de muerte y resurrección, llevando a cabo el sacrificio redentor en el
Calvario, sacrificio cruento por el cual habría de salvar a toda la humanidad
al precio de su Sangre derramada en la cruz. Mientras Él esté con sus
discípulos, no tienen necesidad de ayunar, pero cuando vengan las horas amargas
de la Pasión, horas en las que Él sufrirá la muerte en cruz, entonces sí lo
harán.
“Cuando
se lleven al novio, entonces ayunarán”. El ayuno prescripto para el tiempo
cuaresmal tiene, para la Iglesia y los cristianos, el sentido de recordarnos
que no estamos aún con el Esposo de la Iglesia Esposa, porque nos encontramos
aún en esta vida terrena y no lo contemplamos todavía cara a cara en la visión
beatífica. El ayuno realizado en el tiempo –ayuno de alimento corporal, pero
ante todo, ayuno de la malicia del corazón, esto es, el pecado-, tiene entonces
esta finalidad: hacernos recordar que somos los amigos del Esposo, los amigos
del Novio, que nos ha sido quitado por la muerte en cruz en el Calvario. El ayuno
corporal finalizará cuando, por la gracia de Dios, alcancemos el Reino de los
cielos y contemplemos cara a cara al Cordero de Dios y a Dios Uno y Trino. Entonces
finalizará nuestro ayuno terreno, porque nos alimentaremos de la contemplación
beatífica de la Trinidad y del Cordero por toda la eternidad.
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