jueves, 11 de febrero de 2016

Jueves después de Cenizas


“Si alguno quiere venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame” (Lc 9, 22-25). Quien quiera seguir a Jesús, debe hacer dos cosas: “renunciar a sí mismo” y “tomar su cruz de cada día”, y recién seguirlo. Si no se cumplen estas condiciones, no se puede seguir a Jesús de ninguna manera.
Ahora bien, ¿qué es renunciar a sí mismo? Principalmente, es renunciar a nuestras pasiones que, como consecuencia del pecado original, están desordenadas y, en muchas ocasiones, priman sobre la razón, de ahí que se les llame “pasiones irracionales”; estas son por ejemplo, la ira, el odio, la lujuria, la pereza, la gula, la avaricia, etc. Sin embargo, para seguir a Jesús no basta con negarse a sí mismo en lo que a estas pasiones extremas se refiere: negarse a uno mismo quiere decir negarse en nuestros defectos dominantes, que pueden ser la impaciencia, el no decir la verdad, faltas leves a la caridad, o incluso ligeras imperfecciones. Negarse a uno mismo quiere decir también llevar en el corazón los mandamientos de Cristo –amar a los enemigos, perdonar setenta veces siete, por ejemplo- por encima de nuestras propias tendencias desviadas, que nos conducen en dirección opuesta a la Voluntad de Dios. Negarse a uno mismo es negar nuestras pasiones, vicios y defectos, que nos impiden obrar como cristianos, al tiempo que nos hacen obrar como neo-paganos, como cristianos neo-paganos.
¿Qué significa “Tomar la cruz”? Quiere decir que para seguir a Jesús, es necesario crucificar al hombre viejo con sus pasiones, porque no basta el mero voluntarismo para ir en pos de Jesús. Muchos –que reducen el ser cristiano y su mensaje a la antropología y el psicologismo- piensan que el cristiano puede, con su propia voluntad y su propio querer, ser virtuoso, prescindiendo de la gracia, lo cual es un imposible. Es la gracia santificante del Cordero de Dios la que cambia nuestros corazones, pero la gracia la concede Jesús crucificado con la Sangre que brota de su Corazón traspasado, por lo que es necesario –más bien, indispensable, condición sine qua non- tomar la cruz, para ser crucificados con Cristo en la cima del Monte Calvario. Sólo así podrá morir el hombre viejo y nacer el hombre nuevo, que vive la vida nueva de la gracia.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame”. La negación de sí mismo y el tomar la cruz, no es por una única vez, sino todos los días, a cada momento de la vida cotidiana, porque el seguimiento de Jesús camino del Calvario comprende el entero arco de nuestra vida terrena. La negación de sí mismos y el portar la cruz cada día, todos los días, sólo terminará cuando atravesemos el umbral de la muerte cargando nuestra cruz, para encontrarnos cara a cara con Jesús en el Reino de los cielos. Ahí, en la contemplación gozosa de Dios Trino y su Cordero, y convertidos en imágenes vivientes de su gloria, Cristo será todo en todos y nuestra alegría no tendrá fin.


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