“Si
alguno quiere venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo, tome cada día su cruz
y sígame” (Lc 9, 22-25). Quien quiera
seguir a Jesús, debe hacer dos cosas: “renunciar a sí mismo” y “tomar su cruz
de cada día”, y recién seguirlo. Si no se cumplen estas condiciones, no se
puede seguir a Jesús de ninguna manera.
Ahora
bien, ¿qué es renunciar a sí mismo? Principalmente, es renunciar a nuestras pasiones
que, como consecuencia del pecado original, están desordenadas y, en muchas
ocasiones, priman sobre la razón, de ahí que se les llame “pasiones
irracionales”; estas son por ejemplo, la ira, el odio, la lujuria, la pereza, la
gula, la avaricia, etc. Sin embargo, para seguir a Jesús no basta con negarse a
sí mismo en lo que a estas pasiones extremas se refiere: negarse a uno mismo
quiere decir negarse en nuestros defectos dominantes, que pueden ser la
impaciencia, el no decir la verdad, faltas leves a la caridad, o incluso ligeras
imperfecciones. Negarse a uno mismo quiere decir también llevar en el corazón los
mandamientos de Cristo –amar a los enemigos, perdonar setenta veces siete, por
ejemplo- por encima de nuestras propias tendencias desviadas, que nos conducen
en dirección opuesta a la Voluntad de Dios. Negarse a uno mismo es negar
nuestras pasiones, vicios y defectos, que nos impiden obrar como cristianos, al
tiempo que nos hacen obrar como neo-paganos, como cristianos neo-paganos.
¿Qué
significa “Tomar la cruz”? Quiere decir que para seguir a Jesús, es necesario
crucificar al hombre viejo con sus pasiones, porque no basta el mero
voluntarismo para ir en pos de Jesús. Muchos –que reducen el ser cristiano y su
mensaje a la antropología y el psicologismo- piensan que el cristiano puede,
con su propia voluntad y su propio querer, ser virtuoso, prescindiendo de la
gracia, lo cual es un imposible. Es la gracia santificante del Cordero de Dios la
que cambia nuestros corazones, pero la gracia la concede Jesús crucificado con
la Sangre que brota de su Corazón traspasado, por lo que es necesario –más bien,
indispensable, condición sine qua non-
tomar la cruz, para ser crucificados con Cristo en la cima del Monte Calvario. Sólo
así podrá morir el hombre viejo y nacer el hombre nuevo, que vive la vida nueva
de la gracia.
“Si
alguno quiere venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo, tome cada día su cruz
y sígame”. La negación de sí mismo y el tomar la cruz, no es por una única vez,
sino todos los días, a cada momento de la vida cotidiana, porque el seguimiento
de Jesús camino del Calvario comprende el entero arco de nuestra vida terrena. La
negación de sí mismos y el portar la cruz cada día, todos los días, sólo
terminará cuando atravesemos el umbral de la muerte cargando nuestra cruz, para
encontrarnos cara a cara con Jesús en el Reino de los cielos. Ahí, en la
contemplación gozosa de Dios Trino y su Cordero, y convertidos en imágenes
vivientes de su gloria, Cristo será todo en todos y nuestra alegría no tendrá
fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario