“¿Pueden
beber del cáliz que Yo beberé?” (Mt
20,17-28). Jesús profetiza su Pasión y ante el pedido de la madre de los hijos
de Zebedeo –Santiago y Juan- de que sus hijos “se sienten a su derecha e
izquierda en el Reino de los cielos”, Jesús les hace una pregunta para que
tomen conciencia de qué es lo que están pidiendo: “¿Pueden beber del cáliz que
Yo beberé?”. Es decir, Jesús les está diciendo que si quieren puestos de honor
en el cielo, deben participar de su Pasión en la tierra. La respuesta de
Santiago y Juan es clara y contundente: “Podemos”, lo que demuestra que sí
sabían lo que estaban pidiendo y que implicaba la participación en la Pasión y
que por lo tanto desean compartir el mismo destino de Jesús: el Calvario en
esta vida y el Reino de los cielos en la otra.
Lo
que piden los hijos de Zebedeo –la gloria de los cielos pero pasando por la
ignominia de la Pasión- es algo que todos los cristianos debemos pedir y es
algo que la Iglesia pide para nosotros, que participemos en cuerpo y alma a la
Pasión del Señor, para luego participar de su gloria. En las Laudes del
Miércoles de la segunda semana de Cuaresma, la Iglesia dice así: “Concédenos
llevar en nuestros cuerpos la pasión de tu Hijo”[1]. Y
luego la Iglesia agrega algo en la petición, que nos confirma que lo que
pedimos –participar en la Pasión- es posible, pero no por nuestras propias
fuerzas, sino porque hemos recibido la fortaleza misma del Hombre-Dios, su
Cuerpo en la Eucaristía: “(…) Tú que nos has vivificado en su Cuerpo”. Es decir,
la razón por la cual podemos unirnos a su Pasión en cuerpo y alma, es porque
hemos sido vivificados en su Cuerpo Místico, al haber recibido el Espíritu
Santo; además, hemos sido vivificados con su Cuerpo, al recibir la Eucaristía,
el Pan de Vida eterna.
“¿Pueden
beber del cáliz que Yo beberé?”. También a nosotros nos dirige Jesús la misma
pregunta y nosotros, también a nosotros nos pregunta Jesús si podemos acompañarlo en el Via Crucis, si podemos beber del cáliz amargo de la Pasión, si podemos participar de su Pasión en cuerpo y alma, si podemos recibir su corona de espinas; y nosotros, al igual que los hijos de Zebedeo, que deseamos la corona
de luz y de gloria del Reino de los cielos, pero que sabemos que para recibir
esta corona debemos recibir en esta vida la misma corona de espinas de Jesús, nos postramos
ante Jesús Eucaristía y le decimos: “Podemos”.
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