Lázaro y Epulón.
“A
las puertas del rico Epulón, yacía un pobre llamado Lázaro” (Lc 16, 19-31). Con la parábola del rico
Epulón y del pobre Lázaro Jesús nos advierte acerca de las enormes
consecuencias que, para la vida eterna, tienen el apego al dinero y a los
bienes materiales, además del egoísmo y la indiferencia para con el prójimo más
necesitado. Con esta parábola, Jesús revela, además, lo que sucede en el
momento de la muerte: un juicio divino particular para cada uno en persona –en
la parábola está implícito, porque el destino de cada uno depende de sus obras-
y luego los destinos finales –eternos- para las almas: o el cielo –el Purgatorio
es temporal, como una antesala del cielo- o el infierno, en compañía del
Demonio y sus ángeles y los condenados.
Además
de la revelación de los novísimos –muerte, juicio, infierno, cielo-, lo importante
en esta parábola es la causa de la condena de Epulón y de la salvación de
Lázaro: un análisis superficial llevaría a concluir que el rico se condena por
sus riquezas –la simple posesión de estas serían, en sí mismas, las que lo llevan
al infierno-, mientras que el pobre se salva por su pobreza –la pobreza en sí
misma sería lo que lo lleva al cielo-. Sin embargo, no es así, porque lo que
condena a Epulón no es la posesión de bienes materiales, sino su posesión
egoísta, desde el momento en que nunca se preocupó, mientras vivía en la
tierra, de auxiliar a su prójimo necesitado, Lázaro. Hubiera bastado el gesto
de socorrer a Lázaro en sus necesidades, pero no lo hizo y no lo hizo porque en
su corazón no había lugar para el amor, la compasión, la caridad, la
misericordia y puesto que Dios es Amor, Compasión, Caridad y Misericordia, no
había nada de común entre Él y Dios en la otra vida y es por eso que fue
apartado de la Presencia de Dios para siempre. Epulón se condena, entonces, no
por el hecho de ser rico, sino por usar de modo egoísta sus riquezas y por no
apiadarse ni tener compasión por el prójimo más necesitado.
A
su vez, Lázaro no se salva por el simple hecho de ser pobre materialmente: se
salva porque, en su pobreza material y en la tribulación que le supone vivir,
además, de pobre, enfermo, no solo no reniega de Dios ni se queja por su
suerte, sino que sufre de modo paciente y sereno, aceptando con mansedumbre de
corazón su penosa existencia en esta vida (pobreza, enfermedad, soledad). En Lázaro
brillan las virtudes de la humildad, de la mansedumbre y de la piedad y además
del amor fraterno, porque no guarda rencor contra su prójimo Epulón, a pesar de que este se comporta de forma tan
egoísta para con él. En definitiva, son todas estas virtudes las que le valen
ganar el cielo a Lázaro, y no el simple hecho de no poseer bienes materiales.
“A
las puertas del rico Epulón, yacía un pobre llamado Lázaro”. Jesús nos advierte
acerca de la realidad del más allá, no para infundirnos temor, sino para que
comprendamos el valor de la caridad para con el prójimo y practiquemos las
obras de misericordia, de manera de alcanzar el Reino de los cielos.
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