viernes, 29 de marzo de 2019

“El que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado”



“El que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado” (Lc 18, 9-14). Jesús narra la parábola del fariseo y el publicano dirigida especialmente a quienes, en el auditorio, se tenían por más justos y puros que los demás, despreciándolos en su interior. En la parábola, Jesús narra las oraciones y actitudes interiores de dos individuos distintos, uno publicano, que se creía pecador y otro, el fariseo, que se creía puro. Aunque las oraciones son dichas en silencio, son escuchadas por Dios, quien lee nuestros pensamientos y los conoce aún antes de que los formulemos. Es Dios entonces el que escucha las oraciones interiores de ambos, las cuales son contrapuestas: mientras uno, el fariseo, se cree puro, santo, bueno y mejor que los demás, sin embargo no es aprobado por Dios; el otro, el publicano, en cambio, que se reconoce pecador, sí es aprobado por Dios. De ahí la conclusión de la parábola de Jesús: “el que se ensalce será humillado y el que se humille será ensalzado”. El que se creía mejor que los demás, es reprobado por Dios, mientras que el que se creía peor que los demás, por ser pecador, es aprobado por Dios.
Muchos pueden pensar que la parábola tiene un alcance moral, es decir, que apunta a corregir la acción externa y la percepción interna de cada uno; sin embargo, la parábola no tiene un propósito simplemente moral, en el sentido de indicarnos que debemos ser más humildes y menos soberbios. La parábola va más allá de las meras virtudes o pecados humanos y se introduce en el mismo misterio de salvación: el publicano, humilde, participa de la humildad de Jesucristo, mientras que el fariseo, soberbio, participa de la soberbia del Demonio y ésa es la razón por la cual uno sale justificado y el otro, no. Es decir, en el acto de humildad del publicano hay una participación a la humildad de Jesús, mientras que en el acto de soberbio del fariseo, hay una participación al pecado de soberbia en los cielos del Ángel caído, Satanás.
La parábola tiene importancia universal porque, en realidad, en todo acto de soberbia o de humildad sucede lo mismo: no se trata de defectos o pecados, como en el caso de la soberbia, ni de virtudes, como en el caso de la humildad: en realidad, se trata de participaciones, en mayor o menor grado, ya sea de la soberbia del Ángel caído manifestada en los cielos o bien de la humildad del Verbo de Dios que se humilló a sí mismo, encarnándose en el seno virgen de María. La soberbia y la humildad, entonces, trascienden el mero plano moral humano, para insertarse de lleno en el misterio de redención de la humanidad.
Por esta razón, cuando tengamos un pensamiento de soberbia, recordemos que participamos de la soberbia del Demonio, por lo cual debemos rechazarlo inmediatamente, al tiempo que debemos procurar lo opuesto, que es la humildad del Verbo Encarnado y el mejor modo de hacerlo es recordar la coronación de espinas de Jesús, para pedirle la gracia de participar de su humildad.

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