sábado, 9 de marzo de 2019

Sábado después de Cenizas 2019



       Cuaresma es tiempo de conversión. Ahora bien, ¿qué quiere decir conversión? La conversión es la renovación interior que no consiste solamente en una rectificación de la voluntad o simple cambio de dirección, sino ante todo consiste en una transformación y elevación de la voluntad realizada por la gracia, que infunde el amor sobrenatural de Dios, la caridad: cuando esto sucede, el amor de Dios se convierte en principio de una nueva vida sobrenatural, colocando a la voluntad en una esfera completamente nueva, la esfera de la vida de la gracia, de la vida en Dios; significa que la voluntad comienza a obrar de un modo nuevo, que comienza a amar de un modo nuevo, con una capacidad nueva, y es la capacidad de amar a Dios como Él mismo se ama. La voluntad es así transformada por la gracia, pero no sólo la voluntad es transformada: todo el ser es transformado y elevado interiormente por medio de la gracia de la filiación divina y de la participación en la divina naturaleza. ¿Cómo graficar el proceso de conversión? Podemos tomar, como imagen, al girasol: cuando es de noche, el girasol se encuentra con su corola cerrada, inclinado hacia la tierra, pero cuando comienza a amanecer y aparece la estrella de la mañana, el girasol comienza a elevar su corola, al tiempo que la despliega y la orienta hacia arriba, despegándose del suelo y dirigiéndose hacia el cielo, hacia el lugar en donde aparecerá el sol; luego, cuando el sol aparece en el cielo, el girasol, que ha cambiado completamente su orientación y ya no mira más hacia abajo, sino hacia lo alto, sigue al sol durante su recorrido por el cielo. De la misma manera, el alma que no se ha convertido, es como el girasol en la noche: está cerrada a la acción de la gracia e inclinada hacia las cosas bajas, con su vista fija en la oscuridad e inmersa en las tinieblas. La ausencia de conversión hace que el alma no solo no se interese por la vida en Dios, sino que se sienta atraída y atrapada por las cosas bajas de la tierra; sin conversión, el alma es prisionera de sus pasiones –pereza, gula, ira, lujuria, avaricia- y no encuentra modo de salir de esta prisión, porque es imposible para el alma salir de sus pasiones sin la ayuda de la gracia divina. Sin conversión, el alma vive, como si fuera natural, la vida del hombre viejo, el hombre carnal, el hombre esclavo de las pasiones, los vicios y los bajos instintos. Como el girasol, que envuelto en las tinieblas de la noche, mira hacia abajo, hacia la tierra, así el alma sin convertirse, vive “en tinieblas y en sombras de muerte”, con su rostro espiritual vuelto hacia las cosas bajas de la tierra y esclavo de sus pasiones y vicios.
         Pero de la misma manera a como el girasol, cuando comienza el amanecer y aparece en el cielo la estrella de la mañana que anuncia la llegada del nuevo día y la aparición del sol, así el alma que responde a la gracia de la conversión, que viene invariablemente por la Mediadora de todas las gracias, la Virgen, comienza a despegarse paulatinamente de las cosas de la tierra para comenzar a elevar su vista al cielo. La Virgen es la Estrella de la mañana que, al aparecerse a un alma –no necesariamente de modo visible, sino en el sentido de que comienza a manifestarse su presencia en la vida de la persona-, le anuncia que comienza para el alma un nuevo día, el día de la gracia, en el que brilla el Sol de justicia, Cristo Jesús. Y así como el girasol, con la llegada de la Estrella de la mañana, se despega de la tierra y dirige su corola y la abre en dirección al cielo, en donde aparece el sol, así el alma que por la intercesión de la Virgen recibe la gracia de la conversión y responde a ella, se despega de las cosas de la tierra y comienza a orientar su vida hacia las cosas del cielo, en donde resplandece Cristo, Sol de justicia.
         De esta manera es que se puede graficar la conversión, el proceso por el cual el alma deja de ser atraída por la oscuridad y las cosas bajas de la tierra, para elevarse al cielo y seguir a la Luz Eterna, Cristo Jesús. La Cuaresma es el tiempo propicio para que el alma realice este proceso, el proceso de conversión.  

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