miércoles, 20 de marzo de 2019

“Un hombre rico se condenó (…) un hombre pobre se salvó”


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“Un hombre rico se condenó (…) un hombre pobre se salvó” (Lc 16, 19-31). Una interpretación demasiado terrena, materialista y socialista de este evangelio, ajena en un todo a la Tradición y el Magisterio, llevaría a una conclusión errónea: el hombre rico se condena por su riqueza, mientras que el pobre se salva por su pobreza. Esa no es la interpretación ni de la Tradición ni del Magisterio de la Iglesia en relación a este pasaje. Por otra parte, una lectura de este tipo, en clave marxista, llevaría a un enfrentamiento de clases y a un estereotipo social que nada tiene que ver con la Iglesia, sino con ideologías de tipo marxistas, comunistas y socialistas: los ricos son malos y por eso se condenan, mientras que los pobres son buenos y por eso se salvan.
Como dijimos, no hay nada más alejado de la realidad que esta interpretación atea, agnóstica y materialista.
En el caso del rico, se condena no por sus riquezas en sí, sino por haber usado de estas riquezas en forma egoísta. De hecho, ha habido en la Iglesia numerosos casos de santos que se han santificado con sus riquezas, sin hacer abandono de ellas, pero sí usándolas en bien del prójimo más necesitado. Un claro ejemplo es Pier Giorgio Frassatti, hijo del dueño de uno de los periódicos más antiguos de Italia y heredero de una inmensa fortuna. Pier Giorgio jamás renunció formalmente a su herencia, pero sí se quedaba con sus bolsillos vacíos porque todo el dinero que llevaba consigo, que era bastante, lo daba en limosna. Por otra parte, hay indicios de que un pobre como Judas Iscariote, se haya condenado: era pobre, pero avariento, pues vendió a Nuestro Señor por treinta monedas de plata. En el caso del pobre de la parábola, se salva no por ser pobre, sino porque sobrelleva su pobreza con resignación cristiana, sin quejarse de su pobreza, de su enfermedad y de la suerte que le tocó vivir, sin quejarse contra Dios y sufriendo en silencio y con humildad sus enfermedades y tribulaciones. Fue esta santa paciencia en la tribulación y la enfermedad lo que lo llevó al cielo, y no su pobreza, porque se puede ser pobre y con un corazón codicioso, como en el caso de Judas Iscariote.
“Un hombre rico se condenó (…) un hombre pobre se salvó”. Si queremos salvarnos, tenemos que usar nuestras riquezas, en el caso de que seamos ricos, compartiéndolas con los más necesitados; si somos pobres, debemos sufrir lo que la pobreza conlleva, con santa paciencia y humildad. Sólo así llegaremos al Reino de los cielos.


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