domingo, 24 de marzo de 2019

“Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”



(Domingo III - TC - Ciclo C - 2019)

         “Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera” (Lc 13, 1-9). Le traen a Jesús los casos de unos palestinos que habían fallecido y cuya sangre Pilatos mezcló con la sangre de los sacrificios y Jesús a su vez trae a colación el caso de los palestinos muertos por la caída de una torre. La razón de invocar esas dos tragedias es que todos pensaban que esas desgracias les habían ocurrido por ser pecadores, pero Jesús los saca de su error: no quiere decir que porque ellos murieron eran pecadores o más pecadores que el resto que no murió, porque todos los hombres son pecadores y si no se convierten, todos perecerán “de igual manera”. Esto es válido en primer lugar para los mismos judíos, para quienes en primer lugar se aplica la parábola de la higuera que no da fruto. En otras palabras, Jesús les advierte que todos, empezando por los judíos, son merecedores de la condenación eterna si no se convierten. Es decir, la muerte terrena ha de llegar, inevitablemente, a todos, ya sea que pertenezcan al Pueblo Elegido o no; ya sea que sean pecadores o no; lo que en realidad importa no es morir o no morir, sino el hecho de estar convertidos en el momento de la muerte para no sufrir la segunda muerte, la muerte eterna, la muerte del que se condena en el Infierno.
La aclaración es necesaria porque muchos piensan equivocadamente que las desgracias terrenas suceden con las personas que están lejos de Dios -no están convertidos-, pero según Jesús eso es un error porque la muerte terrena acecha tanto a quienes están cerca como a quienes están lejos de Dios. Lo que Jesús pretende hacer ver es que lo importante en definitiva es estar preparados de cara a Dios para que, cuando ocurra la muerte terrena, el alma esté en condiciones de atravesar el juicio particular y así poder entrar en la vida eterna. Si una persona vive más años en la tierra, eso puede indicar que Dios le está dando oportunidad para que convierta su alma, es decir, para que sus potencias, la inteligencia y la voluntad, comiencen a estar guiadas por la luz de la gracia, de modo que sus obras sean meritorias para la eternidad. En esto consiste la conversión del corazón: en que el alma deja de estar guiada por sí misma, para estar penetrada y guiada, desde lo más profundo de su ser, por la gracia divina, gracia divina que para los católicos viene por los sacramentos. Dicho sea de paso, significa que, para un católico, alejarse de los sacramentos –ante todo, la Confesión y la Eucaristía- significa, en la práctica, alejarse de Dios y alejar también la posibilidad de la conversión.
Ahora bien, para significar la importancia y la necesidad de la conversión, Jesús pronuncia la parábola de la higuera (25-30) que no da frutos: el jardinero convence al dueño de que no la corte, que le dé tiempo para que él la abone y espere a ver si da frutos el próximo año, de lo contrario, sí la cortará. La interpretación alegórica de la parábola de la higuera es clara: Israel ha estado recibiendo del dueño de la higuera –Dios Padre- la atención y dedicación más esmerada, como lo prueba la presencia del Hombre-Dios Jesucristo en medio del Pueblo Elegido, pero debido a que no responde a los cuidados que el jardinero le da –no solo lo rechazan a Él como Mesías, sino que lo crucifican-, se desencadenará sobre Israel rápidamente el castigo divino[1] y es esto lo que significa que la higuera “será cortada”.
Es decir, esta parábola se aplica en primer lugar a los judíos[2], ya que ellos son la higuera que no da frutos de santidad a pesar de haber sido tratados con deferencia por parte de Dios al enviarles a Dios Hijo en Persona y es esto lo que está claro en la interpretación de la parábola de la higuera: si los judíos no se convierten por su predicación y sus milagros, serán “excluidos del Reino de Dios, mientras aquellos a quienes han despreciado como desechados por Dios serán recibidos”[3].
Sin embargo, la parábola de la higuera que no da frutos y a la cual el dueño quiere cortarla se aplica también al Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica: la higuera sin frutos es el alma a la que Dios le concede vida pero aun así no se convierte, es decir, no da frutos de santidad y por eso Dios decide llamarla para que comparezca ante el Juicio Particular. Es ahí cuando Jesús –el Divino Jardinero- intercede ante el Padre para que no lo llame ante su presencia: le dice que espere, que Él llamará a su alma, le infundirá la gracia del arrepentimiento sincero de corazón y esperará a que se convierta; si el alma no se convierte, entonces sí será llamada ante el Juicio Particular.
La Cuaresma es tiempo de reflexión y meditación acerca de cómo es nuestra relación con Dios, es decir, acerca de si estamos convertidos hacia Él o si no lo estamos, de si respondemos a los múltiples llamados a convertirnos o hacemos caso omiso de ellos. Estar convertidos quiere decir que el alma vive la vida de la gracia, que es la gracia la que toma el control de la mente, de la razón y de la voluntad y las orientan a Dios, a fin de que las obras realizadas sean obras meritorias para la vida eterna. No estar convertidos es estar guiados por los criterios del mundo y no por los de Cristo, es no tener en cuenta ni sus mandamientos ni su gracia, sino seguir los propios dictados del corazón, sin importar si estos se oponen o no a Dios y a su Ley y Mandamientos.
“Si no os convertís, todos pereceréis”. Jesús no se refiere a la muerte terrena, porque es un hecho que todos hemos de morir en la primera muerte, la muerte terrena: Jesús nos advierte que, si persistimos en la vida del hombre viejo, el hombre carnal, el hombre atraído por las pasiones y por las cosas bajas de la tierra, habremos de presentarnos así ante el Juicio Particular, sin conversión y si no estamos convertidos para ese momento, en que se decide nuestro destino eterno, moriremos la segunda muerte, es decir, seremos condenados por la eternidad. No desaprovechemos la Cuaresma y hagamos el propósito de convertir nuestro corazón al Dios del sagrario, Jesús Eucaristía.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Ediciones Herder, Barcelona 1957, 617.Cfr.
[2] Orchard, o. c., 618.
[3] Cfr. Orchard, o. c., 618.

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