sábado, 18 de julio de 2020

“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo”



(Domingo XVII - TO - Ciclo A – 2020)

“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo” (Mt 13, 44-52). Jesús compara al Reino de los cielos con un “tesoro escondido en un campo”. Este tesoro es encontrado por alguien y como es muy valioso, la persona va y “vende todo lo que tiene” y “compra el campo” para así apoderarse del tesoro. Para comprender la parábola, es necesario reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales. De esta manera, el tesoro escondido es la gracia de Jesucristo, conseguida para nosotros al precio de su sacrificio en la cruz; el “vender todo lo que se tiene” es el despojarse del hombre viejo y de sus apegos a este mundo terreno y sus vanos atractivos; el “comprar el campo” significa adquirir la gracia, sea por el Bautismo o por la Confesión sacramental, y aumentarla por medio de la Comunión Eucarística. Quien esto hace, es decir, quien lleva una vida espiritual en la que la gracia tiene preeminencia absoluta sobre el pecado, ha encontrado y adquirido un tesoro, tan valioso, que para poseerlo es necesario entregar la propia vida a Cristo en la cruz, que eso es lo que significa el “venderlo todo”. La alegría de quien adquiere la gracia no es una alegría humana, mundana, terrenal: es la alegría sobrenatural que posee quien está en gracia, lo cual es una participación a la alegría de Dios, que es la Alegría Increada en sí misma.
Luego Jesús compara al Reino de los cielos con un “comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra”. Se trata de un ejemplo análogo al anterior: la perla muy valiosa es la gracia –también puede ser la Santa Cruz- y la gracia en el alma es ya la participación del alma, en el tiempo y en el espacio, del Reino eterno de los cielos. Aquí también es necesario “vender todo lo que se tiene”, es decir, es necesaria la conversión del alma, o lo que es lo mismo, el desapego hacia las cosas terrenas y bajas de este mundo, para elevar el alma, por la gracia, al Corazón de Cristo que late en la Eucaristía.
Por último, Jesús utiliza la imagen de unos pescadores que han finalizado su tarea y están en el proceso de separar a los peces buenos, aptos para el consumo, de aquellos peces malos, que sólo sirven para ser arrojados de nuevo al mar. En esta imagen, los pescadores son los ángeles, que al fin del mundo separarán a los hombres buenos, destinados al Reino de Dios, de los hombres malos, destinados al Infierno; los peces buenos, aptos para el consumo, son los hombres que murieron en estado de gracia,  mientras que los peces en descomposición orgánica, que no sirven para el consumo, son los hombres malos, no aptos para el Reino y destinados al Infierno.
         El Reino de los cielos es como un tesoro escondido, como una perla de gran valor, como la tarea de pescadores que separan a los peces aptos para el consumo. Llevemos en la mente y en el corazón estas parábolas del Reino para que, dejando de lado el hombre viejo, abracemos la cruz con la gracia en el corazón y así lleguemos, el día de nuestra muerte terrena, al Reino de la Vida eterna, el Reino de Dios en el Cielo.

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