sábado, 18 de julio de 2020

“Dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen”




“Dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen” (Mt 13, 10-17). Jesús proclama una nueva bienaventuranza, que puede agregarse a las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña: “Dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen”. Sus discípulos pueden considerarse dichosos, felices, bienaventurados, y la razón es porque “sus ojos ven y sus oídos oyen”. ¿Qué es lo que ven y oyen? Lo que muchos santos, justos y profetas del Antiguo Testamento quisieron ver y oír y no pudieron hacerlo: ellos ven a Jesús, el Hombre-Dios, Dios Hijo encarnado en una naturaleza humana, y esta visión es algo que supera la más grande y hermosa de todas las grandes y hermosas visiones que alguien pueda jamás tener. Ver y contemplar al Hombre-Dios Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, en Persona, en su naturaleza humana asumida hipostáticamente, personalmente, por Él, es algo más grande que ver incluso al Reino de Dios, porque Jesús es algo más grande y hermoso que el Reino de Dios, ya que es el Rey del Reino de Dios, que supera infinitamente en majestad, poder, gloria, hermosura y grandeza a todos los ángeles y santos unidos. Ésta una de las razones de la dicha de los discípulos.
La otra razón por la cual los discípulos de Jesús se pueden considerar felices, dichosos, bienaventurados, es porque escuchan y pueden comprender, porque les ha sido dada la luz del Espíritu Santo, las enseñanzas y parábolas de Jesucristo, el Cordero de Dios, que es la Sabiduría de Dios encarnada. Por esta razón, escuchar y entender una sola de sus parábolas, vale más que toda la sabiduría humana acumulada hasta el fin de los tiempos y vale más que toda la plata y el oro de la tierra entera.
“Dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen”. Nosotros no vemos a Jesús en Persona, ni escuchamos en Persona sus enseñanzas; sin embargo, nos podemos considerar todavía más dichosos que los discípulos, porque vemos, con la luz de la fe, a Jesús resucitado en la Eucaristía y podemos escuchar, por el Magisterio de la Iglesia, sus enseñanzas divinas. Por estas razones, somos más dichosos y bienaventurados que los contemporáneos de Jesús.

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