jueves, 2 de julio de 2020

“Si un ciego guía a otro, los dos caerán en un pozo”


La Parábola de los ciegos: el ciego que guía a otro ciego . 1107 ...

“Si un ciego guía a otro, los dos caerán en un pozo” (Mt 15,1-2.10-14). La frase de Jesús es pronunciada en el contexto de su diálogo con los fariseos, en el que estos reprochaban a Jesús el hecho de que sus discípulos no se lavaran las manos antes de comer. Lo que Jesús les quiere hacer ver es que las normas de los judíos son normas inventadas por humanos y que no tienen incidencia en el espíritu: una ablución de manos, hecha con sentido religioso y no higiénico, no sirve para purificar el espíritu del mal que ha obrado. De ahí que Jesús les diga que lo que hace impuro al hombre no es “lo que entra por la boca” -el alimento corporal-, sino “lo que sale de ella”, es decir, lo que sale del corazón. Esta enseñanza se complementa con la otra en la que Jesús afirma que “lo que hace impuro al hombre son las cosas que salen de su corazón”, porque es en el corazón del hombre, herido por el pecado original, donde se gestan y originan “toda clase de cosas malas”. Los fariseos hacen al revés de lo que deberían hacer, purifican sus manos pensando que lo que hace malo o impuro al hombre es lo que él consume -de ahí las abluciones de manos  y la división de alimentos en puros e impuros-; Jesús viene a corregir este error, afirmando que no es eso lo que hace malo al hombre, sino el pecado que se engendra en su corazón y es por eso que las abluciones de manos antes de comer no tienen un sentido religioso, aunque sí lo pudieran tener en sentido higiénico.
“Si un ciego guía a otro, los dos caerán en un pozo”. Los cristianos no nos guiamos por la ley antigua, sino por la Ley Nueva de Jesucristo, la Ley del Nuevo Testamento. Si nos dejáramos guiar por los escribas y fariseos, seríamos como los ciegos guiados por otros ciegos: caeríamos todos en el pozo del error y la mentira. Por esta razón es que las palabras de Jesús constituyen, para nosotros, la luz que nos conduce por el camino al Cielo. Más que lavar nuestras manos, debemos lavar nuestros corazones, manchados por el pecado, en el Sacramento de la Penitencia.

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