“Donde
dos o tres se reúnen en mi Nombre, ahí estoy yo en medio de ellos’’ (Mt 18, 15-20). Ocurre con mucha
frecuencia que los cristianos se sienten solos y como consecuencia de esa
soledad, sobrevienen muchas tribulaciones, como la angustia, el miedo, e
incluso la desesperación, en los casos extremos. Y estas situaciones se agravan
en momentos como el que vivimos, en el que con el pretexto de una crisis
sanitaria, los gobiernos toman decisiones autoritarias, propias de una
dictadura, como por ejemplo los estados de sitio o los confinamientos
prolongados a gente sana, algo que por otra parte es contrario a la ciencia y
al sentido común. Todo esto incrementa el sentimiento de soledad, de angustia,
de encierro, de soledad.
Ahora
bien, en este Evangelio, Jesús nos anima a hacer oración y nos da un estímulo
para hacerlo: cuando hacemos oración, sobre todo con el prójimo, Él está con
nosotros. No sabemos de qué forma, pero con toda certeza está, Él, Jesús de
Nazareth, el Hombre-Dios, cuando hacemos oración y esto es un gran estímulo
para hacer oración.
¿Qué
oración hacer? El Santo Rosario, la Adoración Eucarística y la Santa Misa. Si esto
hacemos, jamás experimentaremos la soledad; por el contrario, experimentaremos
la Presencia amorosa de Nuestro Salvador Jesucristo. Es por esto que, para el
cristiano, no existe la soledad y mucho menos la desesperación, porque Jesús
está con nosotros, nunca nos deja solos. Somos nosotros los que lo dejamos solo,
cuando no hacemos oración; hagamos oración y experimentaremos la Dulce
Presencia del Señor Jesús.
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