sábado, 7 de agosto de 2021

Solemnidad de la Asunción de María Santísima

 


(Domingo XX - TO - Ciclo B – 2021)


La Iglesia celebra la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma a los cielos, fiesta conocida en la iglesia católica oriental como la “Dormición de la Virgen”. En realidad, este último título es adecuado para expresar el hecho previo a la Asunción, es decir, es útil para que nos demos cuenta acerca de qué es lo que sucedió en el momento de la Asunción. ¿De qué se trata la Dormición? Según afirma la Tradición Oriental, cuando llegó la hora en la que la Virgen debía pasar de este mundo al otro es decir, cuando debía morir- la Virgen no murió, sino que se durmió -eso es lo que significa el término "Dormición"- y, al despertar, despertó en el cielo porque había sido llevada, en cuerpo y alma, por legiones de ángeles, ante la Presencia de su Hijo Jesús, quien la recibió con todo el amor de su Sagrado Corazón. En otras palabras, según la teoría de la "Dormición" la Virgen, al dormirse y despertarse luego glorificada en cuerpo y alma en el cielo, no sufrió ni la muerte, ni mucho menos la corrupción que produce la muerte en los cadáveres -frialdad, rigidez cadavérica, etc.- y esto porque la Virgen nunca experimentó la muerte, esto es, la separación del cuerpo y el alma -que es lo que define a la muerte terrena- sino que en el momento en que debía morir, en vez de morir, su cuerpo y su alma permanecieron unidos y lo que sucedió fue que su alma, que estaba plena y rebosante de la gracia de Dios, derramó, por así decirlo, sobre su cuerpo inmaculado esta gracia santificante y lo colmó de ella y así esta gracia, convirtiéndose en gloria, glorificó tanto su alma purísima como su cuerpo inmaculado y así, sin sufrir la muerte, fue llevada al cielo por una legión de innumerables ángeles, ante la Presencia de su Hijo Jesús.

La Asunción de María Santísima demuestra, por un lado, que Ella era la Inmaculada Concepción, es decir, no afectada por el pecado original y al no estar afectada por el pecado original, no podía sufrir las consecuencias del pecado, como lo es la muerte, la separación del alma y el cuerpo. Esto nos lleva a considerar lo siguiente: si la Virgen no murió porque no sufrió la muerte, que es consecuencia del pecado original, ¿por qué sí murió Cristo, que al ser Dios Hijo tampoco tenía pecado ni podía jamás tenerlo? Cristo murió en la cruz, a pesar de no tener pecado, porque su Alma, unida a la Divinidad, debía descender al seno de Abraham para rescatar a los justos del Antiguo Testamento, mientras que su Cuerpo, al cual también estaba unida la divinidad, debía permanecer en el sepulcro para resucitar al tercer día, para que se cumplieran las Escrituras. 

Por otro lado, la Asunción de la Virgen refleja que la plenitud de gracia de su alma se convierte en plenitud de gloria para su cuerpo y su alma y por eso es Asunta, no con el cuerpo terrestre sin glorificar con el que vivía en esta tierra, sino con el cuerpo glorificado, lleno de la luz divina, de la gloria de la Trinidad. Por último, revela cuál es el destino que Dios Trino nos tiene preparados para nosotros, porque nosotros, siendo hijos de la Virgen al haber sido adoptados por Ella al pie de la cruz y al haber recibido el Bautismo sacramental, estamos destinados, como hijos de la Virgen, nuestra Madre, a seguir los mismos pasos que Ella, es decir, estamos destinados también a ser glorificados en cuerpo y alma y ser asuntos a los cielos, porque adonde está la Madre, ahí deben estar sus hijos. Para esto, debemos hacer el firme propósito de adquirir, conservar y acrecentar el estado de gracia y de vivir y sobre todo morir en gracia, para que así el momento de nuestra muerte sea el momento en el que seamos llevados al cielo, para estar en compañía, para siempre, con la Virgen María y el Señor Jesús, el Cordero de Dios.

Tanto la Virgen, como Jesús y la Santísima Trinidad, quieren que nosotros también seamos asuntos al cielo, con el cuerpo y alma glorificados, pero para que esto suceda, debemos vivir y sobre todo morir en estado de gracia. Es por eso que debemos hacer el propósito de evitar el pecado, de dejar atrás al hombre viejo y de vivir de ahora en adelante, hasta el día de nuestra muerte terrena, en estado de gracia santificante, para que al morir, la gracia se convierta en gloria divina que nos conduzca al cielo, para adorar al Cordero de Dios por toda la eternidad en unión con María Santísima, Asunta en cuerpo y alma a los cielos.

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