sábado, 14 de agosto de 2021

“Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida”

 


(Domingo XXI - TO - Ciclo B – 2021)

         “Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 55. 60-69). Cuando Jesús se auto-revela como “verdadera comida” y “verdadera bebida”, muchos de los judíos se escandalizan de sus palabras: “Al oír sus palabras, muchos discípulos de Jesús dijeron: “Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?”. Es decir, los judíos se escandalizan porque como consideran a Jesús como al “hijo de José y María”, que “ha vivido con ellos desde que nació” y que “conocen a sus parientes”, no pueden comprender de qué manera Jesús les diga que su carne es “verdadera comida” y su sangre “verdadera bebida”. Piensan que Jesús los está instando a cometer una especie de canibalismo, que los está incitando a que literalmente se alimenten de su cuerpo todavía no glorificado y de su sangre, tampoco glorificada todavía. De ahí el escándalo de los judíos y la expresión que utilizan: “Son duras estas palabras”, como diciendo: “¿Cómo puede ser que tengamos que comer la carne del hijo del carpintero y beber su sangre”.

Lo que debemos entender es que lo que les sucede a los judíos es que ven a Jesús humanamente, con la sola luz de su razón y todavía no glorificado; lo ven como a un hombre más entre tantos, como al “hijo del carpintero” y no como al Hombre-Dios, que debe sufrir su misterio pascual de Muerte y Resurrección para así donar su Carne y su Sangre como alimento celestial en la Sagrada Eucaristía. En otras palabras, los judíos se escandalizan porque consideran que la carne de Jesús y su sangre, ofrecidos por Él como “verdadera comida” y “verdadera bebida”, son el cuerpo y la sangre de Jesús antes de ser glorificados, es decir, antes de pasar por el misterio salvífico de Pasión, Muerte y Resurrección, es decir, antes de ser glorificados. La realidad es que cuando Jesús dice que su carne es “verdadera comida” y su sangre es “verdadera bebida”, está hablando de su Cuerpo y de su Sangre ya glorificados, como habiendo ya pasado por el misterio pascual de Muerte y Resurrección, Resurrección por la cual habría de glorificar su humanidad. La Carne de Jesús y su Sangre, se convierten en verdadera comida y en verdadera bebida cuando Jesús muere en la cruz y luego resucita con su Cuerpo glorificado y luego, cuando la Iglesia renueva sacramentalmente su Pasión y Resurrección, al consagrar el pan y el vino y convertirlos, por el milagro de la transubstanciación, en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.

Es decir, cuando la Iglesia Católica, luego de la transubstanciación –transubstanciación que se produce cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración, “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, ostenta la Eucaristía y dice: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, está ofreciendo la Carne de Jesús, su Sagrado Corazón glorificado y está ofreciendo en el Cáliz su Sangre, glorificada. Es entonces a través de la Santa Misa y por el milagro de la transubstanciación que la Iglesia no sólo repitiendo las palabras de Jesús, sino que da cumplimiento a estas palabras y ofrece a los fieles bautizados la Carne y la Sangre glorificadas de Jesús, en la Sagrada Eucaristía. Es en la Santa Misa en donde se cumplen, en la realidad y en el misterio sacramental, las palabras de Jesús dichas a los judíos: “Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida”.

“Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Con esta frase, Jesús anticipa y profetiza acerca del don de la Eucaristía, que es su Cuerpo y su Sangre, ya glorificados y es esto lo que la Santa Iglesia Católica ofrece a los hijos de Dios, cada vez que celebra la Santa Misa. Sin embargo, al igual que muchos judíos se escandalizaron y se apartaron de Jesús, manifestando que esas palabras eran “duras”, hoy también, en la Iglesia Católica, en el seno del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados, hay muchos que se apartan de Jesús, porque para recibir la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el Cordero de Dios, debemos apartarnos del mundo anticristiano y del pecado. Muchos católicos, cuando se les enseña que la Eucaristía no es una “cosa”, sino la “Carne y la Sangre” del Cordero de Dios, Cristo Jesús y que deben dejar el mundo y la vida de pecado para recibirlo, repiten con los judíos: “Son duras estas palabras, ¿quién las puede creer? Mejor me quedo en el mundo y me aparto de Cristo, porque no quiero comer su Carne ni beber su Sangre, prefiero el mundo y el pecado”. Y así, apartados de la Eucaristía, se apartan –muchos, para siempre-, del Reino de Dios.

 

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