(Domingo
XXIII - TO - Ciclo B – 2021)
“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7, 31-37). Le presentan a Jesús a una
persona sorda y muda y le piden que “le imponga las manos” para curarlo. Jesús
toca los oídos y los labios del sordomudo, dice “Éfeta”, que significa “Ábrete”
y de inmediato el sordo mudo recupera sus funciones auditivas y su capacidad de
hablar.
Se trata claramente de un milagro corporal, pero en el que
está prefigurado otro milagro, de orden espiritual, que Jesús realizará, por su
Espíritu, mediante su Iglesia –más concretamente, por medio del Sacramento del
Bautismo-, sobre las almas, abriendo los oídos y los labios del alma. Para
entender este milagro espiritual que obra la Iglesia en cada bautizado hay que
recordar primero que, por causa del pecado original, toda alma que nace en este
mundo, nace ciega, sorda y muda a la Verdad sobrenatural de Dios revelada en
Jesucristo. Por medio del Bautismo sacramental, la Iglesia, con el poder de
Jesucristo, concede al alma, por la gracia, algo que el alma no tenía
naturalmente, esto es, la vista sobrenatural, la audición sobrenatural y la
función de hablar, sobrenaturalmente hablando, y esto significa que por el
Bautismo sacramental, la Iglesia hace capaz al alma de poseer y profesar la fe
en los misterios sobrenaturales del misterio salvífico del Hombre-Dios
Jesucristo.
Que el milagro de la curación del Evangelio esté
prefigurando otro milagro, de orden espiritual, por el que se abren la audición
y la capacidad de hablar espirituales, se ve en el hecho de que la Iglesia toma
las palabras de Jesús y las utiliza en el Sacramento del Bautismo, pidiendo que
los oídos y la boca del alma se abran al Evangelio, de manera que el nuevo
bautizado pueda escuchar la Palabra de Dios y proclamar el Evangelio, con un
sentido sobrenatural y no meramente humano. Podríamos decir que el otro sentido
espiritual, el de la vista, con la cual el bautizado puede contemplar a
Jesucristo como Dios, Presente en Persona en la Eucaristía, es en el momento en
el que se derrama el agua bendita y se proclama la fórmula del Bautismo,
nombrando a la Santísima Trinidad.
Por último, hay que decir que todos los bautizados hemos
recibido un milagro infinitamente más grande que el de la curación del sordomudo,
porque por el Bautismo, nuestra alma ha recibido la luz de la gracia y de la
fe, que nos habilitan para contemplar a Cristo en la Eucaristía, para escuchar
la Palabra de Dios con sentido sobrenatural y no meramente humano y para
proclamar la Palabra de Dios a quien no la conoce; esto hemos recibido de Dios,
pero lo debemos poner en práctica y hacerlo o no hacerlo, ya no depende de
Dios, sino de nuestra libertad. De todas maneras, de una u otra forma, habremos
de rendir cuentas, en el Juicio Final, de los talentos recibidos en el día de
nuestro Bautismo sacramental.
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