“También
tengo que anunciar el Reino de Dios a otros pueblos” (Lc 4, 38-44). Los judíos habían sido elegidos por Dios para ser la
nación que, en medio de pueblos paganos, creyeran y adoraran a un Dios Único y
Verdadero y por eso eran llamados el “Pueblo Elegido”. Pero ahora, en Cristo,
ese Dios Uno se revela como Uno y Trino; se revela como Dios Hijo encarnado por
voluntad del Padre, para santificar a las almas con el Don de dones, Dios
Espíritu Santo y para conducir a los hombres, así redimidos, al Reino de los
cielos. Con la frase: “También tengo que anunciar el Reino de Dios a otros
pueblos”, Jesús anuncia la construcción de su Iglesia, la Iglesia del Cordero,
la Iglesia Católica, constituida por los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido,
los bautizados sacramentalmente en la Iglesia Católica. Y así como fue Jesús
quien, con su actividad apostólica evangelizó a judíos y paganos, quienes se
convirtieron al catolicismo, así la Iglesia Católica continúa esta actividad
apostólica de Jesús y la continuará hasta el fin de los tiempos y hasta el
confín de la tierra, anunciando a todos los pueblos que Cristo es el Mesías,
que ha muerto en cruz para salvarnos, que ha resucitado y que se encuentra
vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía y que ha de venir por Segunda Vez
en la gloria, para juzgar a vivos y muertos. Es en esto en lo que consiste el
único y verdadero ecumenismo: que la Iglesia Católica anuncie a todos los
hombres, de todos los tiempos, que Cristo es Dios y que ha venido para
llevarnos a su Reino, el Reino de Dios, en la eternidad divina.
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