“El
Reino de los cielos se parece a un propietario que sale a contratar
trabajadores para su viña” (Mt 20,
1-16). Jesús compara al Reino de los cielos con un propietario que sale de
madrugada a contratar trabajadores para su viña. Un primer elemento en el que
podemos detenernos es en el derecho del hombre a la propiedad privada, concepto
en un todo contrario al comunismo, en donde la persona humana individual no
tiene derecho a poseer nada, porque todo es del Estado, todo es propiedad
comunitaria. En la parábola, el hombre posee una propiedad que claramente es
privada porque es suya y es él, como dueño de la propiedad, quien sale a
contratar obreros. Esto se puede argumentar en contra de los falsos principios
comunistas que atentan contra la propiedad privada.
Ahora
bien, el centro de la parábola está en la paga que el dueño da a los obreros: a
todos les da la misma paga, sin importar si han empezado a trabajar desde la
mañana, al atardecer o a la noche. De hecho, esta igualdad en la paga es lo que
provoca el reclamo de los primeros trabajadores, quienes pensaban que, por
haber trabajado desde la mañana, iban a recibir más dinero.
Para
entender la parábola, hay que reemplazar los elementos naturales por los
sobrenaturales. Así, por ejemplo, el dueño de la viña es Dios Padre; la viña es
la Iglesia Católica; los trabajadores son los bautizados; los que empiezan a
trabajar primero son los que se convierten a temprana edad; los que comienzan a
trabajar más tarde, son los que se convierten siendo adultos o incluso en la vejez,
antes de morir; por último, la paga, es el Reino de los cielos. El Dueño de la
viña, Dios Padre, concede la misma recompensa, el Reino de los cielos, a todo
aquel que se convierte de corazón, sin importar su edad y sin importar si se
convirtió de niño, de joven, de adulto o en su lecho de muerte. Por ejemplo,
existe el caso de un condenado a muerte que fue catequizado por Santa Teresita
de Lisieux y se convirtió de camino al cadalso: ése sería el ejemplo perfecto
de quien recibe la paga del Reino de los cielos, aun habiéndose convertido en
los últimos momentos de la vida.
“El
Reino de los cielos se parece a un propietario que sale a contratar
trabajadores para su viña”. No debe importarnos si nuestro prójimo recibe la
misma paga que nosotros: lo que importa, en definitiva, es ganar el Reino de
los cielos y así salvar el alma y esto es válido tanto para nosotros, como para
nuestro prójimo. Trabajemos en la Viña del Señor, la Santa Iglesia Católica,
para que tanto nosotros, como nuestros prójimos, recibamos la misma paga del
Señor: la vida eterna en el Reino de los cielos.
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