jueves, 9 de diciembre de 2021

“El Mesías los bautizará con Espíritu Santo"

 


(Domingo III - TA - Ciclo C – 2021)

         “El Mesías los bautizará con Espíritu Santo (…) tiene en su mano la horca para reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga” (Lc 3, 10-18).En el tercer Domingo de Adviento, la Iglesia interrumpe, por así decirlo, una de las características esenciales del Adviento, la penitencia, para dar lugar a la alegría. De hecho, tanto en el Profeta Isaías, en la primera lectura, como el Salmista y el Apóstol en la segunda lectura, llaman a Israel y al Pueblo de Dios a la alegría, al “estar alegres”, a “aclamar a Dios con alegría”. ¿Cuál es la razón de esta alegría y de qué alegría se trata? Ante todo, no se trata de una alegría de origen terrenal o humano y la clave para entender la alegría de la Iglesia en este momento del Adviento, está en la descripción que el Bautista hace del Mesías, al señalar la diferencia que hay entre él y el Mesías, para que sus seguidores no se confundan y piensen que él, el Bautista, es el Mesías. La diferencia es que mientras Juan el Bautista bautiza con agua y predica una conversión moral –cambio de conducta, de mala persona a buena persona-, el Mesías bautizará “con Espíritu Santo y fuego” y esto último es algo que solo Dios puede hacer, por lo que el Bautista está señalando que el Mesías no es un mero hombre, sino que es Dios, porque sólo Dios puede bautizar “con Espíritu Santo y fuego”. Además de esto, de forma implícita, el Bautista describe la omnipotencia del Mesías: en cuanto Dios, tiene poder para salvar a los que creen en Él –“reunir su trigo en el granero”- y tiene el poder para arrojar en el Infierno a los que rechazan su gracia y salvación –“quemar la paja en una hoguera que no se apaga”-. Entonces, el Mesías será un Hombre-Dios y no un hombre simplemente.

         Esta distinción entre el bautismo del Bautista y el bautismo de Jesús es sumamente importante: el primero, bautiza solamente con agua y predica una conversión meramente moral, sin hacer partícipe al alma de la divinidad de la Santísima Trinidad; el segundo, el bautismo de Jesús, es un bautismo con “Espíritu Santo y fuego” que quema la impureza del pecado y hace partícipe al alma de la divinidad de la Santísima Trinidad. Esto último sólo es posible porque Cristo es Dios y es la causa de la alegría de la Iglesia para Navidad, porque el Mesías que nace como Niño en Belén, no es un niño más entre tantos, sino Dios Hijo en Persona. El hecho de que el Niño de Belén, Cristo, sea Dios, es la causa de la alegría sobrenatural que invade a la Iglesia en Navidad. Esto explica también que la alegría de la Iglesia en Navidad no sea una alegría mundana, humana, terrenal, sino una alegría sobrenatural, celestial, divina, porque la alegría con la que se alegra la Iglesia es la alegría que le comunica el Niño de Belén, que es la Alegría Increada en sí misma. Como dice Santa Teresa de los Andes, “Dios es Alegría infinita” y Santo Tomás, “Dios es Alegría Eterna” y es esta alegría la que el Niño de Belén comunica a la Iglesia. Pero además de la alegría, sobre la Iglesia, en Navidad, resplandece el fulgor de la luz divina, precisamente porque Cristo es Dios y en cuanto Dios, es Luz Eterna; es por esto mismo que, en Navidad, la Iglesia no solo se alegra con el Nacimiento de Cristo Dios en Belén, sino que en Navidad resplandece, para la Iglesia, el fulgor esplendoroso de la gloria de Dios y también amanece para ella el resplandor de la alegría divina. Así dice a la Iglesia el Profeta Isaías: “¡Levántate y resplandece, que tu luz ha llegado! La gloria del Señor brilla sobre ti! Mira, las tinieblas cubren la tierra, y una densa oscuridad se cierne sobre los pueblos. Pero la aurora del Señor brillará sobre ti” (cfr. Is 60, 1-2). La Iglesia resplandece con la luz de la gloria divina, porque el Niño que nace en Belén es la Gloria Increada de Dios Trino y esa gloria es luz y luz eterna, que hace resplandecer a la Iglesia con el esplendor de la Trinidad.

Parafraseando al Profeta Isaías, nosotros, los hijos de la Iglesia, contemplando el Nacimiento del Niño Dios, le decimos: “¡Levántate, resplandece, Esposa del Cordero! ¡Revístete de gloria, porque ha nacido Aquel que es la Majestad Increada, el Esplendor de la gloria del Padre! ¡Levántate, Jerusalén y alégrate, porque el Mesías te librará de todos tus enemigos y te colmará de su paz y de su alegría!”. En el tercer Domingo de Adviento, la Iglesia Católica vive, con anticipación, la alegría celestial que desde la gruta de Belén la inundará para Navidad.

Entonces, en Navidad, la Iglesia Católica se alegra con el Nacimiento del Niño Dios porque Él es la Alegría Increada y sobre ella resplandece la luz divina porque el Niño de Belén es la Luz Increada, es la luz de Dios, Luz que es una Luz Viva, que santifica al alma, porque le comunica la Vida divina de la Trinidad. La Iglesia Católica se alegra porque brilla sobre ella una luz que ilumina con la luz divina y la luz divina es una luz viva, que comunica de la vida divina trinitaria a quien ilumina. Ésta es la razón de nuestra alegría como católicos en Navidad: porque ha nacido en Belén el Hijo de Dios encarnado, que es la Luz Eterna y la Alegría Increada en sí misma y que nos comunica de su Luz y de su Alegría en cada Comunión Eucarística.


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