(Ciclo
C - 2021 – 2022)
¿Cómo fue el Nacimiento del Niño Dios? Para saberlo, debemos
recurrir a los santos de la Iglesia Católica, además del Catecismo y del
Magisterio, porque muchos santos tuvieron experiencias místicas acerca del Nacimiento
del Hijo de Dios nacido en Belén. Una de las santas a las que podemos recurrir
es Ana Catalina Emmerick (1774-1824), monja mística alemana de finales del
siglo XVIII e inicios del XIX quien llevó consigo los estigmas de la Pasión de
Cristo y en los últimos años de vida se sustentó solamente de la Eucaristía.
Fue Dios Nuestro Señor quien le concedió revelaciones místicas de la vida de
Jesús, incluido su Nacimiento. Dice así la Santa acerca de lo que vio del
Nacimiento de nuestro Señor[1]: “He
visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante,
de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no eran ya visibles.
María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada con la cara vuelta
hacia Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en
el pecho. El resplandor en torno a ella crecía por momentos. Toda la naturaleza
parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de
que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa
que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda. Una estela luminosa, que
aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los
cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que
se acercaban a la Tierra, y aparecieron con claridad seis coros de ángeles
celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis,
oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en
Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de
María. Vi a Nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo
brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante
las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis
ojos; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora
que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en
éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus
brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía y le oí llorar. En ese
momento fue cuando María pareció volver en sí misma y, tomando al Niño, lo
envolvió en el paño con que lo había cubierto y lo tuvo en sus brazos,
estrechándole contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda ella con el Niño bajo
su amplio velo, y creo que le dio el pecho. Vi entonces que los ángeles, en
forma humana, se hincaban delante del Niño recién nacido para adorarlo. Cuando
había transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a
José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, lleno
de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretase
contra su corazón el Don Sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño
entre sus brazos, y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por
el Don recibido del Cielo. María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales. Más
tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban,
parecían absortos en muda contemplación. Ante María, fajado como un niño común,
estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un relámpago.
‘¡Ah, decía yo, este lugar encierra la salvación del mundo entero y nadie lo
sospecha!’. He visto en muchos lugares, hasta en los más lejanos, una insólita
alegría, un extraordinario movimiento en esta noche. He visto los corazones de
muchos hombres de buena voluntad reanimados por un ansia, plena de alegría, y
en cambio, los corazones de los perversos llenos de temores. Hasta en los
animales he visto manifestarse alegría en sus movimientos y brincos. Las flores
levantaban sus corolas, las plantas y los árboles tomaban nuevo vigor y verdor
y esparcían sus fragancias y perfumes. He visto brotar fuentes de agua de la
tierra. En el momento mismo del nacimiento de Jesús brotó una fuente abundante
en la gruta de la colina del Norte. A legua y media más o menos de la gruta de
Belén, en el valle de los pastores, había una colina. En las faldas de la
colina estaban las chozas de tres pastores. Al nacimiento de Jesucristo vi a
estos tres pastores muy impresionados ante el aspecto de aquella noche tan
maravillosa; por eso se quedaron alrededor de sus cabañas mirando a todos
lados. Entonces vieron maravillados la luz extraordinaria sobre la gruta del
pesebre. Mientras los tres pastores estaban mirando hacia aquel lado del cielo,
he visto descender sobre ellos una nube luminosa, dentro de la cual noté un
movimiento a medida que se acercaba. Primero vi que se dibujaban formas vagas,
luego rostros, y finalmente oí cantos muy armoniosos, muy alegres, cada vez más
claros. Como al principio se asustaron los pastores, apareció un ángel entre
ellos, que les dijo: ‘No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría para
todo el pueblo de Israel. Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador,
que es Cristo, el Señor. Por señal os doy ésta: encontraréis al Niño envuelto
en pañales, echado en un pesebre’. Mientras el ángel decía estas palabras, el
resplandor se hacía cada vez más intenso a su alrededor. Vi a cinco o siete
grandes figuras de ángeles muy bellos y luminosos. Oí que alababan a Dios
cantando: ‘Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de
buena voluntad’. Más tarde tuvieron la misma aparición los pastores que estaban
junto a la torre. Unos ángeles también aparecieron a otro grupo de pastores
cerca de una fuente, al Este de la torre, a unas tres leguas de Belén. Los he
visto consultándose unos a otros acerca de lo que llevarían al recién nacido y
preparando los regalos con toda premura. Llegaron a la gruta del pesebre al
rayar el alba”.
Si
no con contemplamos el Nacimiento del Niño de Belén como lo contemplaron los
santos, que es a su vez como lo contempla la Iglesia Católica, caeremos en el
grave error de considerar que se trata de un nacimiento humano y no es el
nacimiento de un niño humano, sino del Niño Dios.
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