“¿Eres
tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?” (Lc 7, 19-33). Los discípulos del Bautista, enviados por él,
preguntan a Jesús si Él es el Mesías “que debía venir”, o si no lo es, si “deben
esperar a otro”. Jesús no responde directamente, sino enumerando las obras que
Él ha hecho: ha devuelto la vista a los ciegos, ha sanado paralíticos, ha
curado leprosos, ha hecho oír a los sordos, ha resucitado muertos, todo lo cual
es obra propia de un Dios, de manera que, indirectamente, está respondiendo que
Él, Jesús de Nazareth, es el Mesías esperado, porque sus obras son obras
propias de Dios y no de un hombre. Pero hay algo más que hace Jesús y que
demuestra, todavía más que sus curaciones físicas, que Él es Dios y por lo
tanto el Mesías que había de venir: “el Evangelio es anunciado a los pobres”.
El Evangelio, es decir, la auto-revelación de Dios como Uno y Trino, su
Encarnación en Jesús de Nazareth, su misterio pascual de muerte y resurrección,
el perdón de los pecados por su Sangre derramada en la cruz, la derrota
definitiva de los tres grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, la Muerte
y el Pecado y la apertura de la Puerta del Reino de los cielos para la
humanidad redimida por la Sangre del Cordero derramada en el Calvario. Esto es
el Evangelio que Jesús viene a anunciar y es una demostración patente que su
origen es divino y que por lo tanto Él es el Mesías que había de venir.
Por
último, nosotros podemos parafrasear a los discípulos del Bautista y preguntarle
a la Iglesia Católica: “¿Eres tú la verdadera iglesia de Cristo, o debemos
buscar otra?”. Y la Iglesia nos responde: “Yo Soy la Única Esposa del Cordero
Inmaculado, porque sólo yo puedo, por el poder del Espíritu Santo que actúa a través
del sacerdocio ministerial, convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre
del Hijo de Dios. Solo yo y ninguna otra iglesia en el mundo, puede realizar el
milagro de la transubstanciación, por el cual el alma se alimenta con la
substancia misma de la Santísima Trinidad, en la Comunión Eucarística. Sólo yo,
la Iglesia Católica, soy la Única Esposa del Cordero de Dios”.
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