(Ciclo
C - 2021 – 2022)
Al contemplar al Niño de Belén, suele suceder que la
contemplación se detiene en el momento del Nacimiento, en sus circunstancias
milagrosas, en los personajes que en él intervienen. Todo pareciera detenerse
en esta escena, sin ir más allá en el tiempo. Sin embargo, hay un aspecto a
considerar y es la estrecha relación que existe entre la escena de Belén y el
Calvario. En otras palabras, el misterio
del Nacimiento de Belén debe ser contemplado a la luz del misterio del Calvario
y también al contrario, el misterio del Calvario, a la luz del misterio de
Belén. Ni el Belén se comprende sin el Calvario, ni el Calvario sin el Belén y
esto porque el Niño de Belén, que abre sus bracitos para abrazar a todo aquel
que se acerca para contemplarlo y adorarlo, es el mismo Niño que, convertido ya
en hombre, el Hombre-Dios, abre sus brazos en el altar de la cruz, para
permitir que sus manos y sus pies sean perforados por gruesos y filosos clavos
de hierro, para así abrazar a toda la humanidad, a todas las almas, para
redimirlas, para salvarlas del pecado, de la muerte y del Demonio, lavando a
las almas con su Sangre, la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios.
Entonces, cuando contemplemos la escena del Pesebre de
Belén, cuando contemplemos al Niño de Belén, recordemos que ese Niño que nos
recibe con sus bracitos abiertos, en el regazo de su Madre, la Virgen, es Nuestro
Redentor, Nuestro Salvador, que por su Divina Misericordia vino a nuestro mundo
no solo para salvarnos de nuestros enemigos -el Demonio, el pecado y la
muerte-, sino para darnos su gracia santificante en esta vida y la gloria divina
en la vida eterna, por medio de su sacrificio en cruz. Belén y Calvario, son
dos realidades unidas indisolublemente, y es en donde se encuentra la clave
para nuestra serenidad en esta vida en medio de las tribulaciones y la felicidad
eterna en el Reino de los cielos, en la otra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario