miércoles, 29 de diciembre de 2021

Octava de Navidad 2

 



(Ciclo C - 2021 – 2022)

          Al contemplar al Niño de Belén, suele suceder que la contemplación se detiene en el momento del Nacimiento, en sus circunstancias milagrosas, en los personajes que en él intervienen. Todo pareciera detenerse en esta escena, sin ir más allá en el tiempo. Sin embargo, hay un aspecto a considerar y es la estrecha relación que existe entre la escena de Belén y el Calvario.  En otras palabras, el misterio del Nacimiento de Belén debe ser contemplado a la luz del misterio del Calvario y también al contrario, el misterio del Calvario, a la luz del misterio de Belén. Ni el Belén se comprende sin el Calvario, ni el Calvario sin el Belén y esto porque el Niño de Belén, que abre sus bracitos para abrazar a todo aquel que se acerca para contemplarlo y adorarlo, es el mismo Niño que, convertido ya en hombre, el Hombre-Dios, abre sus brazos en el altar de la cruz, para permitir que sus manos y sus pies sean perforados por gruesos y filosos clavos de hierro, para así abrazar a toda la humanidad, a todas las almas, para redimirlas, para salvarlas del pecado, de la muerte y del Demonio, lavando a las almas con su Sangre, la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios.

          Entonces, cuando contemplemos la escena del Pesebre de Belén, cuando contemplemos al Niño de Belén, recordemos que ese Niño que nos recibe con sus bracitos abiertos, en el regazo de su Madre, la Virgen, es Nuestro Redentor, Nuestro Salvador, que por su Divina Misericordia vino a nuestro mundo no solo para salvarnos de nuestros enemigos -el Demonio, el pecado y la muerte-, sino para darnos su gracia santificante en esta vida y la gloria divina en la vida eterna, por medio de su sacrificio en cruz. Belén y Calvario, son dos realidades unidas indisolublemente, y es en donde se encuentra la clave para nuestra serenidad en esta vida en medio de las tribulaciones y la felicidad eterna en el Reino de los cielos, en la otra vida.

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