“Los
fariseos frustraron el designio de Dios para con ellos” (Lc 7, 24-30). Los fariseos y los maestros de la ley rechazan a Juan
el Bautista y, al rechazar al Bautista, rechazan luego a Jesús. Es lógico,
porque si el Bautista predica una conversión de orden moral, es para que el
alma, convertida de mala en buena, se disponga a recibir la gracia
santificante, que convierte al alma buena en santa. Ése es el plan o designio
que Dios tiene, no solo para con los fariseos y maestros de la ley, sino
también para con toda la humanidad. Sin embargo, los fariseos y maestros de la
ley rechazan al Bautista y también a Jesús de Nazareth y así frustran el plan
de la Santísima Trinidad para salvar sus almas. Ahora bien, no son los únicos
en rechazar los planes de Dios Trino: también los cristianos, los que han
recibido el Bautismo, la Comunión y la Confirmación, pero abandonan la vida de
la gracia y se inclinan por el pecado, también estos cristianos frustran los
planes que la Trinidad tiene para salvar sus almas de la eterna condenación. Muchos,
al rechazar la Eucaristía, al rechazar la Confesión Sacramental, al abandonar
la vida de la gracia, no se dan cuenta de que están dejando de lado lo único que
puede salvar sus almas de la eterna perdición. Muchos de estos cristianos se
darán cuenta de esta verdad, pero para algunos será demasiado tarde, cuando
ingresen para siempre en el lugar donde no hay redención. No frustremos los
planes que la Trinidad tiene para salvar nuestras almas.
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