viernes, 24 de diciembre de 2021

“Si rasgaras los cielos y descendieras”

 


(Domingo I - TN - Ciclo C - 2021 – 2022)

         “Si rasgaras los cielos y descendieras” (Is 64, 1). El misterio de la Navidad puede de alguna manera entreverse si, ayudados nuestros intelectos y corazones por la luz de la gracia, meditamos brevemente en esta oración que el Profeta Isaías dirige a Dios: “Si rasgaras los cielos y descendieras”. ¿Por qué dirige el Profeta esta oración y qué relación tiene con la Navidad? La respuesta a la primera pregunta se explica por lo siguiente: por un lado, el Profeta se da cuenta de la oscuridad y el desierto espiritual que constituyen a este mundo. El Profeta contempla, desolado, al mundo envuelto en la más completa tiniebla espiritual; contempla con horror que el hombre vive como si Dios no existiera y como consecuencia, ha construido un mundo sin Dios y un mundo sin Dios es un mundo oscuro, violento, injusto, malvado, en el que predominan la mentira, la traición, la ambición, el amor al dinero y a las cosas materiales; en un mundo sin Dios, predominan los homicidios, el aborto, la impiedad, la falta de compasión, la ausencia de la más mínima humanidad. Pero por otro lado, el Profeta también contempla a Dios en Sí mismo y queda extasiado y asombrado con las innumerables perfecciones, dones, virtudes, maravillas, gracias, que encuentra en Dios, todas perfecciones en grado infinito, perfecciones inagotables, maravillosas, que dejan al alma extasiada y sin palabras, ante la majestuosidad infinita y eterna del Ser divino. Entonces, por un lado, el Profeta contempla la siniestra oscuridad de un mundo sin Dios; por otro lado, contempla la Luz Eterna que brota del Ser divino y no puede entonces dejar de elevar una oración que nace desde lo más profundo de su corazón y que refleja el deseo de que el Ser divino descienda del Cielo para iluminar la tierra y vencer a las tinieblas espirituales y es esto lo que explica su pedido, que es una oración, un clamor a Dios: “Si rasgaras los cielos y descendieras”.

         Ahora bien, cuando nosotros contemplamos nuestro mundo actual, comprobamos, con horror, que el hombre ha construido un mundo sin Dios, tal como sucedía en épocas del Profeta Isaías, aunque este mundo en el que vivimos hoy es increíblemente más oscuro y siniestro que el de entonces, porque al dejar de lado a Dios, el hombre ha construido un mundo ideado por el Príncipe de las tinieblas, el mundo de la tiranía y la dictadura del Dragón rojo del Apocalipsis, el mundo de la hoz y el martillo, un mundo cruel, en el que la ausencia de la más mínima compasión humana es el criterio de base para su existencia. Es por eso que nosotros, imitando al Profeta Isaías, también exclamamos a Dios, junto con el Profeta: “Si rasgaras los cielos y descendieras” y lo hacemos como un pedido que también surge desde lo más profundo del corazón, deseando que Dios rasgue los cielos y baje a nuestra tierra, a nuestro mundo, a nuestros corazones. Pero como Dios es Dios, aun antes de que terminemos de formular la oración, Dios no sólo ha escuchado nuestro pedido de que rasgue los cielos y descienda, sino que la ha cumplido y es aquí cuando esta oración se enlaza con la Navidad, porque el Nacimiento del Niño Dios en Belén es el cumplimiento cabal de este pedido y todavía más, porque por obra del Espíritu Santo, el Verbo de Dios bajó del cielo, se encarnó en el seno de la Virgen Madre y también por obra del Espíritu Santo, nació milagrosamente en la gruta de Belén, llegando a nuestro mundo oscuro y siniestro, para no solo vencer las tinieblas vivientes, los ángeles caídos y para no solo liberarnos de esa tiniebla espiritual que es el pecado, sino que vino del cielo para iluminar nuestras almas, intelectos y corazones, con la Luz Eterna de su Ser divino trinitario, luz que al mismo tiempo que ilumina comunica vida y vida divina, porque el Niño Dios nos hace partícipes de la Vida divina del Ser divino trinitario. Y todavía más, sin que seamos siquiera capaces de imaginarlo, en cada Santa Misa, Dios Hijo, por voluntad del Padre y por el Amor del Espíritu Santo, rasga los cielos eternos en los que mora, para descender hasta el altar eucarístico, para quedarse en Persona en la Eucaristía y así ingresar en nuestros corazones por la Comunión Eucarística.

“Si rasgaras los cielos y descendieras”, pedimos a Dios junto con el Profeta Isaías, y este pedido lo cumple Dios Trinidad al nacer como Niño en Belén y lo cumple cada vez, en cada Santa Misa, al prolongar su Encarnación en la Eucaristía. Con el Nacimiento del Niño en Belén, se cumple sobradamente el pedido del profeta, “Si rasgaras los cielos y descendieras”, porque así como Dios Hijo bajó del cielo para nacer en Belén, así también el mismo Dios Hijo baja del cielo y desciende en cada Santa Misa, para venir a habitar en el alma en gracia.

        

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