(Domingo
I - TN - Ciclo C - 2021 – 2022)
“Si rasgaras los cielos y descendieras” (Is 64, 1). El misterio de la Navidad
puede de alguna manera entreverse si, ayudados nuestros intelectos y corazones
por la luz de la gracia, meditamos brevemente en esta oración que el Profeta
Isaías dirige a Dios: “Si rasgaras los cielos y descendieras”. ¿Por qué dirige
el Profeta esta oración y qué relación tiene con la Navidad? La respuesta a la
primera pregunta se explica por lo siguiente: por un lado, el Profeta se da
cuenta de la oscuridad y el desierto espiritual que constituyen a este mundo. El
Profeta contempla, desolado, al mundo envuelto en la más completa tiniebla
espiritual; contempla con horror que el hombre vive como si Dios no existiera y
como consecuencia, ha construido un mundo sin Dios y un mundo sin Dios es un
mundo oscuro, violento, injusto, malvado, en el que predominan la mentira, la traición,
la ambición, el amor al dinero y a las cosas materiales; en un mundo sin Dios,
predominan los homicidios, el aborto, la impiedad, la falta de compasión, la
ausencia de la más mínima humanidad. Pero por otro lado, el Profeta también
contempla a Dios en Sí mismo y queda extasiado y asombrado con las innumerables
perfecciones, dones, virtudes, maravillas, gracias, que encuentra en Dios,
todas perfecciones en grado infinito, perfecciones inagotables, maravillosas,
que dejan al alma extasiada y sin palabras, ante la majestuosidad infinita y
eterna del Ser divino. Entonces, por un lado, el Profeta contempla la siniestra
oscuridad de un mundo sin Dios; por otro lado, contempla la Luz Eterna que
brota del Ser divino y no puede entonces dejar de elevar una oración que nace
desde lo más profundo de su corazón y que refleja el deseo de que el Ser divino
descienda del Cielo para iluminar la tierra y vencer a las tinieblas
espirituales y es esto lo que explica su pedido, que es una oración, un clamor
a Dios: “Si rasgaras los cielos y descendieras”.
Ahora bien, cuando nosotros contemplamos nuestro mundo
actual, comprobamos, con horror, que el hombre ha construido un mundo sin Dios,
tal como sucedía en épocas del Profeta Isaías, aunque este mundo en el que
vivimos hoy es increíblemente más oscuro y siniestro que el de entonces, porque
al dejar de lado a Dios, el hombre ha construido un mundo ideado por el
Príncipe de las tinieblas, el mundo de la tiranía y la dictadura del Dragón
rojo del Apocalipsis, el mundo de la hoz y el martillo, un mundo cruel, en el
que la ausencia de la más mínima compasión humana es el criterio de base para
su existencia. Es por eso que nosotros, imitando al Profeta Isaías, también
exclamamos a Dios, junto con el Profeta: “Si rasgaras los cielos y descendieras”
y lo hacemos como un pedido que también surge desde lo más profundo del corazón,
deseando que Dios rasgue los cielos y baje a nuestra tierra, a nuestro mundo, a
nuestros corazones. Pero como Dios es Dios, aun antes de que terminemos de
formular la oración, Dios no sólo ha escuchado nuestro pedido de que rasgue los
cielos y descienda, sino que la ha cumplido y es aquí cuando esta oración se
enlaza con la Navidad, porque el Nacimiento del Niño Dios en Belén es el cumplimiento
cabal de este pedido y todavía más, porque por obra del Espíritu Santo, el
Verbo de Dios bajó del cielo, se encarnó en el seno de la Virgen Madre y también
por obra del Espíritu Santo, nació milagrosamente en la gruta de Belén, llegando
a nuestro mundo oscuro y siniestro, para no solo vencer las tinieblas
vivientes, los ángeles caídos y para no solo liberarnos de esa tiniebla
espiritual que es el pecado, sino que vino del cielo para iluminar nuestras
almas, intelectos y corazones, con la Luz Eterna de su Ser divino trinitario,
luz que al mismo tiempo que ilumina comunica vida y vida divina, porque el Niño
Dios nos hace partícipes de la Vida divina del Ser divino trinitario. Y todavía
más, sin que seamos siquiera capaces de imaginarlo, en cada Santa Misa, Dios
Hijo, por voluntad del Padre y por el Amor del Espíritu Santo, rasga los cielos
eternos en los que mora, para descender hasta el altar eucarístico, para quedarse
en Persona en la Eucaristía y así ingresar en nuestros corazones por la
Comunión Eucarística.
“Si
rasgaras los cielos y descendieras”, pedimos a Dios junto con el Profeta Isaías,
y este pedido lo cumple Dios Trinidad al nacer como Niño en Belén y lo cumple
cada vez, en cada Santa Misa, al prolongar su Encarnación en la Eucaristía. Con
el Nacimiento del Niño en Belén, se cumple sobradamente el pedido del profeta, “Si
rasgaras los cielos y descendieras”, porque así como Dios Hijo bajó del cielo
para nacer en Belén, así también el mismo Dios Hijo baja del cielo y desciende
en cada Santa Misa, para venir a habitar en el alma en gracia.
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