jueves, 30 de diciembre de 2021

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

 



          La Iglesia hace coincidir el inicio del año civil con una de sus más grandes solemnidades, la de Santa María, Madre de Dios. Podríamos preguntarnos si es una casualidad o coincidencia y la respuesta es que no y hay una razón sobrenatural por la cual esta solemnidad está puesta al inicio del año civil. Para poder comprender la razón, debemos reflexionar acerca del título de la Virgen que da el nombre a esta solemnidad y es el de “Madre de Dios”. Afirma Santo Tomás que a una mujer se le da el nombre de “madre” cuando engendra y da a luz a una persona humana y es esto lo que sucede con María Santísima: siendo Virgen, engendra, por el poder del Espíritu Santo, en su seno purísimo, a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, la cual asume para sí una naturaleza humana, la naturaleza de Jesús de Nazareth; luego de llevarlo en su seno durante nueve meses, la Virgen da a luz, sin perder su virginidad, a la Segunda Persona de la Trinidad, Jesús de Nazareth y es por esta razón que la Virgen es llamada “Madre de Dios”, porque si bien Dios Hijo es Dios Hijo desde toda la eternidad, engendrado en el seno del Padre desde toda la eternidad, es ahora también Hijo de la Madre Virgen, al nacer en el tiempo con su humanidad santísima, la humanidad de Jesús de Nazareth. Ahora bien, el hecho de que el Niño que nace de la Virgen sea Dios, convierte a la Virgen en Madre de Dios, que en cuanto Dios es eterno y en cuanto hombre, nace en el tiempo, sin dejar de ser Dios. Es aquí en donde se encuentra la razón por la cual la Iglesia celebra esta solemnidad al inicio del año civil, es decir, al inicio de un nuevo tiempo, según el modo de contar el tiempo que tienen los seres humanos: es para que meditemos acerca del Nacimiento del Verbo de Dios en el tiempo, Verbo que, en cuanto Dios, “es su misma eternidad”, según Santo Tomás de Aquino y esto tiene una importancia de enorme relevancia para la humanidad, porque significa que la Eternidad, encarnada en Jesús de Nazareth, ha ingresado en el tiempo y en la historia humana, lo cual hace que el tiempo y la historia humana cambien totalmente de dirección. Si antes de la Encarnación y el Nacimiento, la historia humana sólo tenía una dirección horizontal, por así decir, porque sólo tenía en el horizonte su único destino humano, ahora, por el Nacimiento del Hijo de Dios, que es la Eternidad en sí misma, la historia humana queda permeada o embebida, por así decirlo, de la eternidad divina, con lo cual adquiere una nueva dirección, un nuevo sentido, un nuevo significado y es el vertical, es decir, es la dirección o el sentido que la conduce hacia el Reino de Dios, porque Jesús es Dios y Dios Eterno nace en el tiempo, para llevar a la humanidad a la eternidad. A partir del Nacimiento de Cristo Dios Eterno, cada segundo, cada minuto, cada día, cada año de la humanidad y de cada persona en particular, adquiere un nuevo sentido, una nueva dirección, el sentido y la dirección de la eternidad en el Reino de los cielos. Por esta razón es que la Iglesia coloca esta solemnidad al inicio del nuevo tiempo humano: para que los hombres meditemos acerca del valor eterno que tienen nuestros actos -sean buenos o malos-, porque desde la Encarnación y el Nacimiento, toda la historia humana se dirige a la eternidad. Ahora bien, esta eternidad puede ser de gozo o de dolor; está en nuestra libertad el decidir si queremos que nuestro tiempo se encamine a la eternidad del dolor o a la eternidad de la dicha, de la luz, de la gracia, en la adoración del Cordero, el Hijo de la Madre de Dios.

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