La Iglesia hace coincidir el inicio del año civil con una
de sus más grandes solemnidades, la de Santa María, Madre de Dios. Podríamos
preguntarnos si es una casualidad o coincidencia y la respuesta es que no y hay
una razón sobrenatural por la cual esta solemnidad está puesta al inicio del
año civil. Para poder comprender la razón, debemos reflexionar acerca del
título de la Virgen que da el nombre a esta solemnidad y es el de “Madre de
Dios”. Afirma Santo Tomás que a una mujer se le da el nombre de “madre” cuando
engendra y da a luz a una persona humana y es esto lo que sucede con María Santísima:
siendo Virgen, engendra, por el poder del Espíritu Santo, en su seno purísimo,
a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, la cual asume para sí una naturaleza
humana, la naturaleza de Jesús de Nazareth; luego de llevarlo en su seno
durante nueve meses, la Virgen da a luz, sin perder su virginidad, a la Segunda
Persona de la Trinidad, Jesús de Nazareth y es por esta razón que la Virgen es
llamada “Madre de Dios”, porque si bien Dios Hijo es Dios Hijo desde toda la
eternidad, engendrado en el seno del Padre desde toda la eternidad, es ahora también
Hijo de la Madre Virgen, al nacer en el tiempo con su humanidad santísima, la
humanidad de Jesús de Nazareth. Ahora bien, el hecho de que el Niño que nace de
la Virgen sea Dios, convierte a la Virgen en Madre de Dios, que en cuanto Dios es
eterno y en cuanto hombre, nace en el tiempo, sin dejar de ser Dios. Es aquí en
donde se encuentra la razón por la cual la Iglesia celebra esta solemnidad al
inicio del año civil, es decir, al inicio de un nuevo tiempo, según el modo de
contar el tiempo que tienen los seres humanos: es para que meditemos acerca del
Nacimiento del Verbo de Dios en el tiempo, Verbo que, en cuanto Dios, “es su
misma eternidad”, según Santo Tomás de Aquino y esto tiene una importancia de enorme
relevancia para la humanidad, porque significa que la Eternidad, encarnada en
Jesús de Nazareth, ha ingresado en el tiempo y en la historia humana, lo cual
hace que el tiempo y la historia humana cambien totalmente de dirección. Si antes
de la Encarnación y el Nacimiento, la historia humana sólo tenía una dirección
horizontal, por así decir, porque sólo tenía en el horizonte su único destino
humano, ahora, por el Nacimiento del Hijo de Dios, que es la Eternidad en sí
misma, la historia humana queda permeada o embebida, por así decirlo, de la eternidad
divina, con lo cual adquiere una nueva dirección, un nuevo sentido, un nuevo
significado y es el vertical, es decir, es la dirección o el sentido que la
conduce hacia el Reino de Dios, porque Jesús es Dios y Dios Eterno nace en el
tiempo, para llevar a la humanidad a la eternidad. A partir del Nacimiento de
Cristo Dios Eterno, cada segundo, cada minuto, cada día, cada año de la
humanidad y de cada persona en particular, adquiere un nuevo sentido, una nueva
dirección, el sentido y la dirección de la eternidad en el Reino de los cielos.
Por esta razón es que la Iglesia coloca esta solemnidad al inicio del nuevo
tiempo humano: para que los hombres meditemos acerca del valor eterno que tienen
nuestros actos -sean buenos o malos-, porque desde la Encarnación y el
Nacimiento, toda la historia humana se dirige a la eternidad. Ahora bien, esta
eternidad puede ser de gozo o de dolor; está en nuestra libertad el decidir si
queremos que nuestro tiempo se encamine a la eternidad del dolor o a la eternidad
de la dicha, de la luz, de la gracia, en la adoración del Cordero, el Hijo de
la Madre de Dios.
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