martes, 21 de diciembre de 2021

Santa Misa de Nochebuena

 



(Ciclo C - 2021 – 2022)

         Cuando se contempla la escena del Nacimiento del Niño de Belén, es necesario contemplar a esta escena con la luz de la fe y no con la oscuridad de la razón humana. Si se contempla al Nacimiento de Belén sólo con la luz de la razón humana, se pierden por completo la realidad y el significado del Nacimiento, porque sólo se ve a un matrimonio típico de Palestina, del año cero de nuestra era, que acaba de traer al mundo a su primer hijo. Si vemos la escena del Nacimiento de Belén prescindiendo de la fe sobrenatural católica y haciendo solamente uso de la razón humana, vemos a una joven madre hebrea, primeriza, que sostiene entre sus brazos a su hijo, el primero, el unigénito; vemos al padre de este niño, que luego de esforzarse por acondicionar la cueva, que era un refugio de animales, y de encender fuego para atenuar un poco el frío de la noche, contempla con amor a su hijo; vemos a un niño, de raza hebrea, recién nacido, que tiembla de frío y llora porque tiene hambre y sed, además de que siente la necesidad, como todo niño recién nacido, de recibir el amor de su madre, además del alimento y el calor que ésta le brinda. Esto es lo que podemos ver, si vemos al Pesebre de Belén sólo con los ojos del cuerpo, sólo con la razón humana, sin la luz de la fe. Ahora bien, si dejamos de lado la fe católica, dejamos de lado el contenido esencial, que es sobrenatural, del Pesebre de Belén y caemos en lo que se llama “racionalismo”, que es una gravísima desviación de la fe católica. El racionalismo vacía de contenido sobrenatural todos los misterios de la fe católica, dejando a la fe vacía, hueca, sin contenido divino y por lo tanto sin trascendencia sobrenatural. El racionalismo nos hace ver al Pesebre de Belén como si solo se tratara del retrato de un nacimiento del hijo primogénito de un matrimonio hebreo del año cero de nuestra era. Pero no es esto el Nacimiento y por eso, para desentrañar su realidad y su significado único, primigenio y sobrenatural, es necesario pedir, con humildad, la luz de la fe católica, para poder contemplar en su plenitud el misterio del Pesebre de Belén.

         Cuando acudimos a la luz de la fe católica, todo el Nacimiento de Belén adquiere un nuevo y celestial significado. Así, con la luz de la fe católica, la joven madre que dio a luz, no es una simple habitante de Palestina, sino que es la Virgen y Madre de Dios, la Inmaculada Concepción, la Llena de gracia, que concibió en su seno virginal al Verbo Eterno del Padre hecho carne, por obra del Espíritu Santo, sino concurso alguno de varón; con la luz de la fe católica, el padre del niño, no es un carpintero de Palestina que tuvo su primer hijo biológico, sino que es San José, el Padre adoptivo del Niño Dios, elegido por Dios Padre para que ejerciera en la tierra su rol de padre adoptivo del Hijo Eterno del Padre, encarnado en el seno de la Virgen Madre, continuando en la tierra y en el tiempo, de forma participada y al modo humano, la paternidad que el Padre del cielo, Dios Padre, ejerce sobre el Hijo de Dios, desde la eternidad, en el cielo; con la luz de la fe católica, el niño hebreo recién nacido no es un niño más entre tantos, que debido a que no había lugar en las posadas tuvo que nacer accidentalmente en un refugio de animales y que como todo niño, está desprotegido, indefenso, necesitado de alimento, de calor y sobre todo del amor de sus padres: el Niño que nace milagrosamente en Belén no es un niño más, porque es el Hijo Eterno del Padre, engendrado desde la eternidad, que luego de encarnarse en el seno virgen de la Madre de Dios por obra del Espíritu Santo, nació milagrosamente –como el rayo de sol atraviesa el cristal, sin hacerle daño, según los Padres de la Iglesia- y que en la Nochebuena ingresa en nuestro mundo, en la historia y en el tiempo de la humanidad, proveniente desde la eternidad, para así dar inicio al plan de salvación de los hombres, plan ideado por la Santísima Trinidad desde toda la eternidad y que implica la derrota definitiva de la tríada satánica, el Ángel caído, la Bestia como cordero y el Dragón rojo, además de la destrucción del pecado y de la muerte, por medio de su sacrificio en cruz, que el Niño de Belén llevará a cabo en el Calvario cuando sea mayor, cuando llegue la plenitud de los tiempos y todo sea cumplido.

         No da lo mismo ver el Pesebre con los ojos de la razón humana, que contemplarlo con la luz de la fe católica: con la sola razón humana, caemos en el racionalismo y convertimos a la Navidad cristiana en una navidad pagana; con la luz de la fe católica, contemplamos, con asombro, con fe, con piedad y con amor, el Nacimiento del Niño Dios, nuestro Salvador, nuestro Redentor. Y puesto que es el Niño Dios, Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, es que adoramos al Niño de Belén.

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