(Domingo
IV - TO - Ciclo C - 2022)
“Se admiraban de las palabras de gracia que salían de Él (…)
todos en la sinagoga se pusieron furiosos y quisieron despeñarlo” (Lc 4,
21-30). Es llamativo el cambio radical de actitud de los asistentes a la sinagoga
en relación a Jesús. Cuando Jesús comienza a analizar el pasaje de la Biblia que
acababa de leer, los asistentes de la sinagoga quedan “asombrados” por la
sabiduría que escuchan de labios de Jesús; pero instantes después, todos
cambian de ánimo y del asombro pasan al repudio, a la ira y al deseo explícito
de asesinar a Jesús. ¿Qué es lo que determina este cambio en los asistentes a la
sinagoga? Lo que los enfurece son los ejemplos que da Jesús, sobre los profetas
Elías y Eliseo: así como estos profetas no fueron enviados al Pueblo Elegido,
sino a paganos, para que ellos también conocieran al Único Dios verdadero, así
Jesús, que es el Mesías, no es enviado solo al Pueblo Elegido, a los judíos,
sino también a las naciones paganas, para que las naciones paganas salgan de la
oscuridad espiritual en las que están envueltas y conozcan la gracia de la
liberación de Dios Hijo encarnado, el Mesías, Jesús de Nazareth. Es decir, lo que
enfurece a los judíos -y no tendrían porqué enfurecerse- es que Jesús les dice
que Él, que es el Mesías, ha venido a traer la liberación del pecado, del demonio
y de la muerte, no solo al Pueblo Elegido, sino también a los gentiles, a aquellos
que no forman parte del Pueblo Elegido. Esto es así porque en la voluntad
santísima de la Trinidad, Dios Uno y Trino quiere que todos los hombres sean
salvados, no solo el Pueblo Elegido, no solo los judíos y para que todos los
hombres sean salvados, el Mesías debe extender su misión salvífica a toda la
humanidad y no solo a los que formaban parte del hasta entonces Pueblo de Dios.
No se entiende el enojo de los judíos, sino es por un profundo orgullo -solo ellos
quieren ser los destinatarios de la salvación que trae el Mesías- y por un
profundo desprecio por la salvación eterna de las almas de quienes no
pertenecen a la raza hebrea. Si ellos amaran a Dios verdaderamente, amarían su
voluntad y su voluntad es que todos los hombres se salven y si amaran a Dios,
amarían a los hombres sólo porque Dios los ama y así desearían que el Mesías
sea conocido, amado y adorado por toda la humanidad.
No repitamos el error del Pueblo Elegido; nosotros somos el
Nuevo Pueblo Elegido, pero no hemos sido elegidos por nuestros dones, que no
tenemos, sino que hemos sido elegidos para transmitir al mundo sin Dios que
Cristo Eucaristía es el Mesías de Dios Trino que ha venido para salvarnos del
demonio, del pecado y de la muerte y para llevarnos al Reino de los cielos, al
fin de nuestra vida terrena. Éste es el mensaje que de parte de la Trinidad
debemos transmitir a nuestros hermanos, los hombres de toda la tierra.
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