“Tendrá
recompensa el que dé un vaso de agua en nombre de Cristo” (Mc 9, 41-50).
Llaman la atención estas palabras de Jesús: ¿sólo por dar un vaso de agua,
quien lo haga tendrá recompensa? La clave para entender lo que dice Jesús, es
comprender la diferencia que hay entre la mera filantropía y la obra de
misericordia realizada en nombre de Cristo y por amor a Cristo. En la
filantropía -practicada, entre otras sectas, por la Masonería-, la acción “buena”
se realiza en nombre del hombre y con la sola voluntad del hombre y siempre,
sin excepción, es para recibir el aplauso, el elogio, la alabanza, del resto de
los hombres. Es decir, en la filantropía, sólo hay un deseo egoísta de ser
alabado y ensalzado por los hombres, por parte de quien realiza el acto bueno. Esta
acción, originada en el hombre y destinada al hombre, no tiene trascendencia de
eternidad, en el sentido de que no tiene valor para la vida eterna. Toda su
recompensa radica en el aplauso vacío que el hombre tributa al hombre por su
acción filantrópica.
Por
el contrario, en la obra de misericordia, que consiste en realizar una obra material
o espiritual en favor del prójimo, lo que lleva a realizar esta obra de
misericordia es la gracia santificante y la gracia santificante, que hace
participar del Amor de Dios Trino, no se origina en el corazón humano, sino en
el Corazón de Dios y es por esto que esta acción adquiere trascendencia y valor
de eternidad: porque se origina en el Amor de Dios, que es eterno y porque se
dirige a Dios, en su eternidad, al ser realizada en nombre de Cristo y por el nombre
de Cristo.
“Tendrá
recompensa el que dé un vaso de agua en nombre de Cristo”. No es lo mismo
filantropía que caridad cristiana; la filantropía no conduce al cielo ni tiene
valor para la vida eterna, en cambio, las obras de misericordia, corporales o
espirituales, como el simple hecho de dar un vaso de agua en nombre de Cristo,
tienen valor eterno y abren las puertas del cielo.
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