(Domingo
VI - TO - Ciclo C – 2022)
Jesús proclama lo que se conocen como las “bienaventuranzas”
y los “ayes” (cfr. Lc 6, 17. 20-26). Como sus nombres lo indican, las
bienaventuranzas son estados de dicha y alegría, mientras que los ayes son lamentos
dirigidos a quienes poseen una condición de extrema desgracia. Lo que se debe
considerar es que las bienaventuranzas y los ayes no dependen de situaciones o
de hechos terrenos o humanos, sino de la unión con Cristo en la cruz, es decir,
dependen de si el alma está unida a Cristo crucificado o si no lo está. En
otras palabras, se puede decir bienaventurado aquel que está crucificado con
Cristo, aunque humanamente, a los ojos de los hombres, atraviese grandes
tribulaciones o sufra desgracias; por el contrario, se puede decir que es
destinataria de los ayes de Jesús toda aquella alma que aquí, en la tierra,
rechaza la cruz de Jesús y se separa de Él, de manera tal de no compartir su
crucifixión en el Calvario. Estos últimos son aquellos a quienes, humanamente
hablando, aun cuando hacen el mal, parece que en todo negocio que emprenden les
va bien, porque tienen éxito, son aplaudidos por los hombres, son reconocidos
por el mundo, reciben los vanos honores que los hombres se conceden unos a
otros. Parecen afortunados a los ojos de los hombres, pero ante los ojos de
Dios, son desafortunados y desgraciados, al punto de merecer compasión por
parte de Dios, quien ve anticipadamente su futuro de eterna condenación, siendo
por esto merecedores de los ayes de Jesús.
Consideremos entonces brevemente las bienaventuranzas. Jesús
dice: “Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios”:
Jesús se refiere a quien es pobre, pero no con la pobreza material, sino con la
pobreza de la cruz, que es distinta: en la cruz, Cristo es pobre materialmente,
porque solo tiene la corona de espinas, un paño con el que cubrir su humanidad,
los clavos de hierro que traspasan sus manos y pies y el mismo madero de la
cruz. Es a esta cruz a la que se refiere Jesús y puede poseer esta pobreza
tanto quien no tiene nada materialmente hablando, como quien posee abundante
riqueza material, pero está desprendido de ella y por lo tanto, es pobre desde
el punto de vista espiritual.
“Dichosos
ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados”. Jesús en la cruz
tiene hambre, pero no solo corporal, porque no ha ingerido alimento ni bebida
alguna desde su detención el Jueves Santo por la noche, sino que ante todo
tiene hambre de amor por las almas; desea inflamar en su amor, que es el Amor
de Dios, a todas las almas de todos los hombres y es en eso en lo que consiste
su hambre espiritual y esta hambre será saciada cuando Él, elevado a lo alto en
la cruz, atraiga a toda la humanidad a su Sagrado Corazón, con la fuerza del
Espíritu Santo, el Amor de Dios.
“Dichosos
ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán”. En la cruz, Cristo llora,
al ver el destino de eterna condenación de la humanidad, pero ese llanto se
convertirá en lágrimas de alegría cuando Él, muriendo en la cruz y luego
resucitando, derrote para siempre a los tres grandes enemigos de la humanidad,
el demonio, la muerte y el pecado. Quien está unido a Cristo en la cruz, participa
de su dolor y de su llanto en esta tierra, pero luego participa de su alegría eterna
en el Reino de los cielos.
“Dichosos
serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos,
y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese
día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así
trataron sus padres a los profetas”. En la cruz, Cristo es aborrecido,
insultado y maldecido por quienes odian la cruz, que es la salvación de los
hombres. Ahora bien, esa persecución del mundo hacia Cristo y sus discípulos es
motivo de alegría y gozo, porque es señal de eterna salvación y de
predestinación al Reino de los cielos.
Luego,
vienen los ayes, es decir, las desdichas: “Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque
ya tienen ahora su consuelo!”. Jesús no se refiere sobre todo a los ricos
materialmente, aunque también están comprendidos, sino que los ricos, que ya
tienen su consuelo y que por eso son desdichados, son los ricos espirituales,
es decir, aquellos que en su soberbia creen ser ricos porque se creen auto-suficientes,
sin necesidad de Dios y su salvación; en el momento de pasar de esta vida a la
otra, se darán cuenta de su extrema pobreza, porque sus fueras humanas serán
inútiles ante el Juicio de Dios y así se lamentarán el haber prescindido, en
esta vida, de la Misericordia Divina.
“¡Ay
de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre!”. Se refiere
a quienes, olvidando a Dios, se hartan con los placeres del mundo -para lo cual
no hay que ser rico materialmente hablando-, porque luego, en la otra vida, padecerán
hambre de Dios por toda la eternidad.
“¡Ay
de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena!”. Quienes ríen en el
mundo, despreocupadamente, sin preocuparse mínimamente, ni por Dios ni por el
prójimo y ríen porque pasan esta vida de fiesta en fiesta, llorarán amargamente
de pena y dolor cuando comprueben que lo que vivieron estaba vacío de Dios y
lleno de un mundo sin Dios.
“¡Ay
de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus
padres a los falsos profetas!”. El mundo alaba, glorifica, ensalza, a todo
aquel que niegue a Dios y a su Mesías, Cristo Jesús. Cuanto más sea negado Jesucristo
como Salvador de la humanidad, tanto más los hombres ensalzan y elogian a los
negadores de Cristo, tanto más reconocimiento mundano reciben, tanta más
glorificación del mundo son acreedores. Sin embargo, la negación de Cristo como
Redentor universal de la humanidad es una característica de los falsos
profetas, de los profetas que no son profetas de Cristo, sino del Anticristo. Es
merecedor de los ayes de Cristo quien, colocándose voluntariamente de lado de
los profetas del Anticristo, niegan al verdadero Cristo y persiguen a la
Verdadera y Única Iglesia de Dios, la Iglesia Católica.
Bienaventurados
entonces quienes están crucificados con Cristo en el Calvario, porque su
destino es la alegría eterna en el Reino de los cielos; ay de aquellos que,
renegando de Cristo y su cruz, aplauden desde el mundo, junto con los demonios,
a la crucifixión de Cristo, porque están destinados a la eterna condenación.
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