sábado, 12 de febrero de 2022

Jesús proclama las “bienaventuranzas” y los “ayes”

 


(Domingo VI - TO - Ciclo C – 2022)

          Jesús proclama lo que se conocen como las “bienaventuranzas” y los “ayes” (cfr. Lc 6, 17. 20-26). Como sus nombres lo indican, las bienaventuranzas son estados de dicha y alegría, mientras que los ayes son lamentos dirigidos a quienes poseen una condición de extrema desgracia. Lo que se debe considerar es que las bienaventuranzas y los ayes no dependen de situaciones o de hechos terrenos o humanos, sino de la unión con Cristo en la cruz, es decir, dependen de si el alma está unida a Cristo crucificado o si no lo está. En otras palabras, se puede decir bienaventurado aquel que está crucificado con Cristo, aunque humanamente, a los ojos de los hombres, atraviese grandes tribulaciones o sufra desgracias; por el contrario, se puede decir que es destinataria de los ayes de Jesús toda aquella alma que aquí, en la tierra, rechaza la cruz de Jesús y se separa de Él, de manera tal de no compartir su crucifixión en el Calvario. Estos últimos son aquellos a quienes, humanamente hablando, aun cuando hacen el mal, parece que en todo negocio que emprenden les va bien, porque tienen éxito, son aplaudidos por los hombres, son reconocidos por el mundo, reciben los vanos honores que los hombres se conceden unos a otros. Parecen afortunados a los ojos de los hombres, pero ante los ojos de Dios, son desafortunados y desgraciados, al punto de merecer compasión por parte de Dios, quien ve anticipadamente su futuro de eterna condenación, siendo por esto merecedores de los ayes de Jesús.

          Consideremos entonces brevemente las bienaventuranzas. Jesús dice: “Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios”: Jesús se refiere a quien es pobre, pero no con la pobreza material, sino con la pobreza de la cruz, que es distinta: en la cruz, Cristo es pobre materialmente, porque solo tiene la corona de espinas, un paño con el que cubrir su humanidad, los clavos de hierro que traspasan sus manos y pies y el mismo madero de la cruz. Es a esta cruz a la que se refiere Jesús y puede poseer esta pobreza tanto quien no tiene nada materialmente hablando, como quien posee abundante riqueza material, pero está desprendido de ella y por lo tanto, es pobre desde el punto de vista espiritual.

“Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados”. Jesús en la cruz tiene hambre, pero no solo corporal, porque no ha ingerido alimento ni bebida alguna desde su detención el Jueves Santo por la noche, sino que ante todo tiene hambre de amor por las almas; desea inflamar en su amor, que es el Amor de Dios, a todas las almas de todos los hombres y es en eso en lo que consiste su hambre espiritual y esta hambre será saciada cuando Él, elevado a lo alto en la cruz, atraiga a toda la humanidad a su Sagrado Corazón, con la fuerza del Espíritu Santo, el Amor de Dios.

“Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán”. En la cruz, Cristo llora, al ver el destino de eterna condenación de la humanidad, pero ese llanto se convertirá en lágrimas de alegría cuando Él, muriendo en la cruz y luego resucitando, derrote para siempre a los tres grandes enemigos de la humanidad, el demonio, la muerte y el pecado. Quien está unido a Cristo en la cruz, participa de su dolor y de su llanto en esta tierra, pero luego participa de su alegría eterna en el Reino de los cielos.

“Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas”. En la cruz, Cristo es aborrecido, insultado y maldecido por quienes odian la cruz, que es la salvación de los hombres. Ahora bien, esa persecución del mundo hacia Cristo y sus discípulos es motivo de alegría y gozo, porque es señal de eterna salvación y de predestinación al Reino de los cielos.

Luego, vienen los ayes, es decir, las desdichas: “Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo!”. Jesús no se refiere sobre todo a los ricos materialmente, aunque también están comprendidos, sino que los ricos, que ya tienen su consuelo y que por eso son desdichados, son los ricos espirituales, es decir, aquellos que en su soberbia creen ser ricos porque se creen auto-suficientes, sin necesidad de Dios y su salvación; en el momento de pasar de esta vida a la otra, se darán cuenta de su extrema pobreza, porque sus fueras humanas serán inútiles ante el Juicio de Dios y así se lamentarán el haber prescindido, en esta vida, de la Misericordia Divina.

“¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre!”. Se refiere a quienes, olvidando a Dios, se hartan con los placeres del mundo -para lo cual no hay que ser rico materialmente hablando-, porque luego, en la otra vida, padecerán hambre de Dios por toda la eternidad.

“¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena!”. Quienes ríen en el mundo, despreocupadamente, sin preocuparse mínimamente, ni por Dios ni por el prójimo y ríen porque pasan esta vida de fiesta en fiesta, llorarán amargamente de pena y dolor cuando comprueben que lo que vivieron estaba vacío de Dios y lleno de un mundo sin Dios.

“¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!”. El mundo alaba, glorifica, ensalza, a todo aquel que niegue a Dios y a su Mesías, Cristo Jesús. Cuanto más sea negado Jesucristo como Salvador de la humanidad, tanto más los hombres ensalzan y elogian a los negadores de Cristo, tanto más reconocimiento mundano reciben, tanta más glorificación del mundo son acreedores. Sin embargo, la negación de Cristo como Redentor universal de la humanidad es una característica de los falsos profetas, de los profetas que no son profetas de Cristo, sino del Anticristo. Es merecedor de los ayes de Cristo quien, colocándose voluntariamente de lado de los profetas del Anticristo, niegan al verdadero Cristo y persiguen a la Verdadera y Única Iglesia de Dios, la Iglesia Católica.

Bienaventurados entonces quienes están crucificados con Cristo en el Calvario, porque su destino es la alegría eterna en el Reino de los cielos; ay de aquellos que, renegando de Cristo y su cruz, aplauden desde el mundo, junto con los demonios, a la crucifixión de Cristo, porque están destinados a la eterna condenación.

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