La Fiesta litúrgica de la Presentación del Señor se origina
en el cumplimiento de la ley de Moisés que María Santísima y San José realizan
a los cuarenta días de nacido el Señor Jesús y también en las palabras que San
Simeón pronuncia, inspirado por el Espíritu Santo. En efecto, era costumbre de
los hebreos que a los cuarenta días de nacido el primogénito, éste fuera
llevado al templo para ser consagrado al Señor; además, era el tiempo necesario
para que la mujer, que había dado a luz, quedara purificada luego del parto. Ahora
bien, ni Jesús necesitaba ser presentado o consagrado a Dios, puesto que Él mismo
es Dios Hijo en Persona, ni tampoco la Virgen necesitaba ser purificada, puesto
que su parto había sido virginal y milagroso: la Virgen y San José acuden al
templo para cumplir exteriormente con la ley de Moisés, ley que habría de ser
abrogada por la Nueva Ley de la caridad del Niño Dios.
Lo que sucede a continuación del ingreso de la Virgen y de
San José en el templo, no tiene explicación humana: cuando ingresan, se
encuentran con San Simeón y son las palabras de San Simeón las que no tienen
explicación humana, sino divina. Cuando lo toma entre sus brazos, San Simeón
dice que el Niño Dios es “luz para iluminar a las naciones paganas y gloria del
Pueblo de Israel”. Esto no es algo que habitualmente se dice, cuando alguien
recibe entre sus brazos a un niño recién nacido: lo habitual es que se diga que
está sano, que se pregunte su nombre, cuánto tiempo tiene, etc., pero no es
habitual que se diga que ese niño es “luz”. Ahora bien, esto lo dice San Simeón
porque el anciano, que había sido llevado por el Espíritu Santo al templo, es iluminado
también por el Espíritu Santo, en el momento de recibir al Niño y es de esta
manera que lo puede contemplar en la luminosidad divina del Ser divino trinitario
del Niño Dios. En otras palabras, San Simeón ve, en el Niño Dios, la luz divina
trinitaria que emana del Acto de Ser divino del Niño Dios y por eso lo llama “luz
de las naciones paganas” y “gloria de Israel”. Esto último también significa luz,
porque en el lenguaje bíblico, la gloria de Dios es la luz de Dios; entones,
San Simeón está diciendo que el Niño Dios es “luz de Dios, luz eterna”, que
habrá de iluminar tanto a los paganos como al Pueblo Elegido. Y como Luz Eterna,
el Niño Dios derrotará a las tinieblas del pecado, de la muerte y a las
tinieblas vivientes, los demonios, que envuelven a la humanidad desde Adán y
Eva.
Por esta razón, debemos implorar, suplicar, a la Virgen, la
Madre de Dios, la Madre de la Luz Eterna, que así como fue Ella la que llevó a su
Hijo al templo para que iluminara al Anciano Simeón, así también sea Ella quien
lleve a su Hijo Jesús Eucaristía a todos los hombres que no lo conocen, para que
así también ellos sean iluminados por la Luz Eterna que emana del Cristo Eucarístico.
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