lunes, 3 de abril de 2023

Jueves Santo


Jesús, Juan y Judas Iscariote, 
en la Última Cena.


Las dos acciones principales de Jesús en el Jueves Santo -la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio ministerial- son la muestra del Amor infinito, eterno, incomprensible, inefable, que Jesús tiene por su Iglesia, por los hombres, por toda la humanidad, aun de aquellos que no lo aman, aun de aquellos que lo odian y lo seguirán odiando por la eternidad. Jesús sabe, como Dios que Es, que va a morir como hombre en la cruz; sabe también que por medio del Santo Sacrificio de la Cruz regresará, glorioso y triunfante, al seno del Padre, de donde vino, con su Cuerpo y su Sangre glorificados, resucitados. Sabe que por la Cruz del Calvario regresará al seno del Padre, glorioso y triunfante, como Rey invicto y siempre victorioso. Pero como nos ama tanto, al mismo tiempo que regresa al Padre, quiere quedarse entre nosotros -uno de sus nombres es "Emanuel", Dios con nosotros-, para aliviar nuestras penas, para consolarnos en las fatigas, para llevar nuestras propias cruces en nuestro Via Crucis hacia la eternidad y para eso instituye la Eucaristía, memorial de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, es decir, instituye el Santísimo Sacramento del altar, el Sacramento más admirable de todos los sacramentos, que se configura en esa parte del Cielo que es el Altar Eucarístico; en la Última Cena, instituye el Santísimo Sacramento del altar, la Sagrada Eucaristía, en donde Él se quedará en Persona, no en modo simbólico ni metafórico, sino en Persona, en su realidad de Ser Persona Segunda de la Trinidad, encarnada y que prolonga su Encarnación en la Eucaristia, para estar con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo, cumpliendo así su promesa de no abandonarnos: "Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo". 

Ahora bien, para que la Eucaristía sea posible, instituye el sacerdocio ministerial, sacerdocio distinto al bautismal de los fieles y sin el cual no hay Eucaristía posible. Es un grave error pensar que el bautizado, porque posee el sacerdocio bautismal, puede ofrecer la Eucaristía, eso solo lo puede hacer el sacerdote ministerial. Si no hay sacerdocio ministerial, no hay forma de confeccionar el Santísimo Sacramento del altar; si no hay sacerdocio ministerial, la Iglesia no puede ofrecer al Padre el Santo Sacrificio del altar, porque el sacerdocio bautismal, el sacerdocio común de los fieles, no tiene en absoluto potestad alguna para confeccionar el Sacramento del altar; sin sacerdocio ministerial, no hay ninguna posibilidad de ofrecer a la Santísima Trinidad el Sacrificio Santo, Perfecto, Único, la Carne, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Sin sacerdocio ministerial, no hay Presencia Personal de Dios en la tierra; es decir, Dios está Presente con su omnipotencia divina, manteniendo en el ser a toda la Creación, pero su Presencia en Persona, como Persona Segunda de la Trinidad, tal como se encuentra en la Eucaristía, no es posible si no es a través del sacerdocio ministerial, sacerdocio instituido por Cristo y que solo puede ser ejercido por el varón, legítimamente ordenado por un sucesor de los Apóstoles, es decir, los obispos. Por esto, cometen un grave atentado contra la constitución, la unidad y la santidad de la Iglesia, divinamente formada, quienes pretenden rebajar el sacerdocio ministerial, equiparando el sacerdocio bautismal al ministerial, o quienes pretenden la ordenación de mujeres, desafiando así temerariamente al Fundador de la Iglesia Católica, Nuestro Señor Jesucristo. En nuestros días, a través de enteras conferencias episcopales, como la Conferencia Episcopal Alemana, a la que se unen también la Francesa y la Belga, hombres temerarios y siniestros, que no tienen temor de Dios, buscan por todos los medios quitar de en medio al sacerdocio ministerial, instituido por Nuestro Señor Jesucristo en la Última Cena, para así quitar de en medio a la Eucaristía y esto por medio de un movimiento subterráneo de apostasía, que está saliendo a la superficie cada vez con más fuerzas. Se cumple en nuestros días lo que advirtiera proféticamente San Pío X: "Hay un gran movimiento de apostasía, organizado en todos los países, para el establecimiento de una iglesia universal, que no tendrá ni dogmas, ni jerarquía, ni regla para el espíritu, ni freno para las pasiones" (Encíclica Notre Charge Apostolique). Una iglesia sin jerarquía, sin sacerdocio ministerial que esté en grado de llevar a cabo el Santo Sacrificio del Altar, sería una Anti-iglesia, una Contra-Iglesia, una iglesia que llevaría solo el nombre de "católica", pero que no sería de ninguna manera la Esposa Mística del Cordero, porque no tendría la Eucaristía, que es el Corazón de la Iglesia y no tendría el Amor del Corazón de la Iglesia, el Espíritu Santo. Una tal iglesia, sin sacerdocio ministerial, sería una iglesia muerta, sin la vida de Dios, sin el Corazón de Dios y sin el Amor de Dios.

La conmemoración del Jueves Santo no es un mero recuerdo de la memoria: es una actualización, por medio del misterio de la liturgia eucarística, de los dos grandes dones otorgados por el Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo a su Esposa, la Iglesia Católica: la Sagrada Eucaristía y el sacerdocio ministerial. Sin sacerdocio ministerial, no hay Eucaristía; sin Eucaristía, no hay Presencia de Dios en la tierra.

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