lunes, 10 de abril de 2023

Miércoles de la Octava de Pascua

 



Dos de los discípulos de Jesús, el mismo día de la Resurrección, se dirigen a Emaús, a poca distancia de Jerusalén. Mientras caminan, hablan sobre lo sucedido el Viernes Santo y se lamentan por la muerte de Jesús, quien les sale al paso y los saluda. Ellos, al igual que María Magdalena y la totalidad de los discípulos a los cuales Jesús se les aparece luego de resucitar, no lo reconocen, porque les falta la luz de la gracia y la luz de la fe en las palabras de Jesús. Si María Magdalena lo confunde con el jardinero, los discípulos de Emaús lo confunden con un extranjero, uno más entre tantos.

Jesús les pregunta acerca de qué hablan y ellos le comentan lo sucedido el Jueves y el Viernes Santo, mostrándose al mismo tiempo apesadumbrados y descreídos acerca de la fe en las palabras de Jesús, que había dicho que iba a resucitar y ellos no lo han visto a Jesús resucitado. Jesús les reprocha su dureza de entendimiento, puesto que demuestran una total falta de fe y de comprensión de las Escrituras, que hablan de la resurrección del Mesías, tratándolos incluso de "necios" y de "torpes" para comprender las Escrituras.

Cuando los discípulos de Emaús se desvían para dirigirse a Emaús, Jesús hace el ademán de seguir adelante, por lo que los discípulos le piden que se quede con ellos, porque ya se hace de noche.

Jesús los complace y se queda con ellos. Más tarde, en el momento de la cena -muchos dicen que se trata de una misa-, Jesús parte el pan y es en ese momento en el que los discípulos de Emaús lo reconocen, pero apenas se dan cuenta de que es Jesús, Él desaparece. Los discípulos se preguntan entre sí acerca de lo que experimentaron al estar cerca de Jesús y es el ardor del corazón.

Este episodio nos demuestra, por un lado, la falta de fe de los discípulos de Emaús, tanto en las Escrituras, como en las palabras de Jesús, porque están apesadumbrados al pensar que Jesús no ha resucitado. Nos muestra también la necesidad de la gracia y de la fe para poder reconocer a Jesús resucitado, porque los discípulos no lo reconocen, a pesar de que ellos lo conocían en su vida terrena; lo reconocen solo después de la partición del pan, cuando Jesús sopla sobre ellos el Espíritu Santo iluminando sus mentes y corazones, para reconocer a Jesús en la Eucaristía. El ardor en el corazón que ellos experimentan, es el ardor que provoca la Presencia del Divino Amor, el Espíritu Santo, en los corazones de los discípulos de Jesús.

También nosotros somos como los discípulos de Emaús, porque a pesar de que aparentemente lo conocemos, cuando se nos presenta una tribulación, nos sentimos abrumados por la situación difícil que podemos estar pasando, olvidándonos de la Resurrección de Jesús, olvidándonos que Jesús está resucitado, vivo, glorioso, presente en Persona en la Eucaristía. No seamos necios y tardos de entendimiento, acudamos a Jesús Eucaristía, para que se quede con nosotros todos los días de nuestra vida terrena que nos queda, porque el día se acaba y ya comienza la oscura y siniestra noche. 

 

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