martes, 4 de abril de 2023

Sábado Santo

 



         Luego de morir en la Cruz el Viernes Santo, el Cuerpo Santísimo de Nuestro Señor Jesucristo es llevado en procesión fúnebre hasta el Santo Sepulcro, en donde permanecerá hasta la gloriosa resurrección. Su Alma Santísima, descenderá a los infiernos, pero no al infierno de los condenados, sino al denominado “Limbo de los justos”, en donde se encontraban todos los justos del Antiguo Testamento que, habiendo muerto en la amistad de Dios, no podían sin embargo ingresar en el Cielo, puesto que las puertas estaban cerradas a causa del pecado original de Adán y Eva.

         Hay que tener en cuenta que Jesús, en cuanto Hombre, murió verdaderamente en la Cruz, es decir, su Alma se separó de su Cuerpo; sin embargo, la divinidad permaneció unida, tanto a su Alma como a su Cuerpo y es por esta razón que su Cuerpo no solo no sufrió ningún proceso de descomposición, sino que luego fue re-unificado con su Alma, ambos glorificados con la gloria divina, resucitando del Santo Sepulcro con su Cuerpo y su Alma glorificados.

         El Alma, unida también a la divinidad, descendió entonces a los infiernos, al “Limbo de los justos”, para rescatar a Adán y Eva y a todos los justos y santos del Antiguo Testamento que, a causa de la maldición del pecado original, no podían ingresar en el Cielo. Con su Muerte en la Cruz y con su gloriosa Resurrección, Jesús abre las puertas del Cielo, ingresando triunfante y victorioso, llevando consigo a los santos y justos del Antiguo Testamento. De esta manera, a partir de Jesús, todo aquel que muera unido a Él, a su Cuerpo Místico -unión que se lleva a cabo por los sacramentos, sobre todo el Bautismo sacramental, la Eucaristía y la Confesión sacramental-, quedará unido a Cristo en su misterio salvífico, en su Muerte y también en su Resurrección y así, muriendo en gracia y unido a Cristo por la gracia, la fe y el Amor, ingresará en el Reino de los cielos para adorar al Cordero por toda la eternidad. Por el contrario, quien muera voluntariamente separado de Cristo, porque no quiso en esta vida recibir su vida divina, comunicada por los sacramentos, se verá separado de Cristo para toda la eternidad, siendo precipitado para siempre en el Reino de las tinieblas, en el Infierno de los condenados.

         Con su Muerte en Cruz, el Hombre-Dios Jesucristo derrota para siempre a los tres grandes enemigos de la humanidad: el Demonio, el Pecado y la Muerte, de manera tal que quien se asocie a su Sacrificio en la Cruz en esta vida, se hará partícipe del Triunfo de Cristo en la vida eterna, pero quien no quiera unirse a Cristo, rechazando su Iglesia y sus Sacramentos, entonces quedará separado para siempre de Cristo, convirtiéndose su alma y su cuerpo en la rama seca de la vid que no sirve sino para ser arrojada en el fuego, es decir, en el Lugar donde no hay redención.

         No hagamos vano el Santo Sacrificio de Jesucristo en la Cruz; no hagamos vana su Sangre derramada por nuestra salvación en el Sacrificio del Calvario; no hagamos vano su misterio salvífico de su Pasión, Muerte y Resurrección, que culmina con su Ascenso al Cielo y con el envío del Espíritu Santo. Si queremos resucitar, glorificados y ser unidos con Cristo para siempre en el Reino de los cielos, hagamos el propósito de unirnos a Él por medio de la Cruz, llevando nuestra cruz y siguiendo sus pasos por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, único camino que conduce a la resurrección gloriosa en el Reino de los cielos.

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