lunes, 3 de abril de 2023

Viernes Santo

 


Nuestros pecados personales no quedan en el aire ni se pierden en el vacío: se materializan, por así decirlo, e impactan en el Cuerpo de Nuestro Señor, abriendo heridas y derramando Sangre; tanto más grande es la herida y tanta más Sangre brota, cuanto más grave es el pecado. Somos nosotros los que flagelamos, coronamos de espinas y crucificamos al Hombre-Dios Jesucristo. Perdónanos, Señor, porque no sabemos lo que hacemos.

El Viernes Santo la Santa Iglesia Católica conmemora la Pasión y Muerte de Jesús. En este Día Santo, la Esposa de Cristo no celebra la Santa Misa, en señal de duelo por la Muerte de su Esposo Místico, Cristo. De hecho, este es el sentido de la postración del sacerdote ministerial, en el ritual que comienza a las tres de la tarde, hora de la muerte de Jesucristo: el sacerdote ministerial se postra porque, al haber muerto el Sumo y Eterno Sacerdote en la Cruz, el sacerdote ministerial no tiene razón de ser, pierde toda su propiedad, todo su ser, toda su esencia. El sacerdote ministerial cobra sentido solo en Cristo, Persona Segunda de la Trinidad que se encarna en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, Quien en la Última Cena, que es la Primera Misa de la historia, entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre en el Cáliz, completando este don sacrificial de Sí mismo en el Ara Santa de la Cruz, en donde entrega su Cuerpo y derrama su Sangre en el Monte Calvario, para la salvación de los hombres. El sacerdote ministerial obra in Persona Christi, en la Persona de Cristo, en la Santa Misa, pero si Cristo está muerto, entonces el sacerdote ministerial no puede obrar nada, porque su poder sacerdotal es participación al Sacerdocio del Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo. El sacerdote se postra en señal de duelo y con él también lo hace toda la Iglesia, porque la Iglesia pierde a su Esposo y este duelo de la Iglesia está representado en el duelo de la Virgen Santísima al pie de la Cruz. 

La Muerte de Jesús en la Cruz es el cumplimiento de las palabras de Jesús: en el momento de ser entregado por el traidor Judas Iscariote, Jesús anuncia que "es la Hora de las tinieblas" y esa Hora, Hora siniestra, lúgubre, tenebrosa, llega a su culmen con la Muerte del Señor Jesús en la Cruz. Al morir Jesús, las tinieblas cubren la tierra, pero no se trata solo del eclipse solar, que efectivamente sucedió en la muerte de Jesús, sino que se trata de las tinieblas vivientes, es decir, el Demonio y todos los ángeles caídos, que cubren no solo la tierra, sino las almas de los hombres, envolviéndolos en su siniestra oscuridad. Es un verdadero eclipse espiritual, porque muere en la Cruz el que es el Sol de justicia, el Sol Increado, Cristo Jesús. Al morir en la Cruz, las tinieblas vivientes, esto es, el Infierno todo, celebra con gozo y alegría su aparente triunfo, porque en realidad el Infierno piensa haber triunfado sobre el Hombre-Dios Jesucristo. Pero el triunfo de las tinieblas es solo aparente, porque en el momento en el que más prevalecen las tinieblas, en el momento de mayor oscuridad infernal sobre las almas, la Muerte de Jesús en la Cruz, es el momento, al mismo tiempo, del máximo triunfo, total y absoluto, de Jesucristo, sobre los tres grandes enemigos del hombre: el pecado, la muerte y el Demonio. 

Por eso, si bien el Viernes Santo es un día de duelo, de llanto interior y de dolor, por la Muerte de Jesús -y es también un día de dolor por nuestros pecados, porque son nuestros pecados los que crucifican a Jesús-, es un día también de serena paz y alegría, porque si bien Cristo muere como Hombre, resucitará por el hecho de ser Dios, el Día del Sol Victorioso, el Domingo y su Luz Eterna brillará para siempre. Hasta que eso ocurra, la Iglesia, partícipe de su Pasión y Muerte, hace duelo y llora, como el llanto por el hijo único, el Viernes Santo.

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