martes, 11 de abril de 2023

Viernes de la Octava de Pascua

 



“¡Es el Señor!” (Jn 21, 1-14). En esta tercera aparición de Jesús resucitado a sus discípulos, se repite lo mismo que en las otras apariciones: no lo reconocen. El Evangelio relata que los discípulos, junto con Pedro y Juan, están pescando, sin éxito, en el momento en el que Jesús se les aparece, de pie, en la orilla: “Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús”.

Los discípulos habían estado tratando de pescar, infructuosamente, toda la noche y cuando Jesús les señala el lugar donde deben tirar las redes, se produce lo que se conoce como “la segunda pesca milagrosa”, ya que las redes se llenan de tantos peces, que casi se hunden las barcas.

Pero el milagro tiene otro efecto, además de una buena pesca: ilumina, con la luz del Espíritu Santo, los ojos de San Juan primero y de Pedro después. En efecto, inmediatamente después del milagro, San Juan reconoce a Jesús y exclama: “¡Es el Señor!”. Y luego de San Juan, es San Pedro quien también lo reconoce, echándose los dos al mar, para llegar nadando hasta la orilla.

En esta aparición podemos ver, entonces, la necesidad imperiosa de la luz de la gracia para reconocer a Jesús, no como a un hombre santo, sino como al Dios Tres veces Santo, la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth.

“¡Es el Señor!”, exclama con alegría San Juan, al reconocer a Jesús glorioso y resucitado; también nosotros, iluminados con la luz de la gracia santificante, debemos exclamar, llenos de alegría: “¡Es el Señor!”, cuando contemplamos la Sagrada Eucaristía. Y, al igual que San Juan y San Pedro, sumergirnos, no en el mar, sino en el océano de Amor de su Divina Misericordia, su Sagrado Corazón Eucarístico.

 

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