(Domingo
XV - TO - Ciclo B – 2021)
“Jesús envió a los Doce y les dio poder para curar enfermos
y expulsar demonios” (cfr. Mt 6, 7-13).
Jesús envía a los Apóstoles para que “prediquen la conversión” y les concede
poder para curar enfermos y expulsar demonios. La actividad apostólica consiste,
esencialmente, en el llamado a la conversión del corazón, es decir, que el
corazón del hombre, corrompido por el pecado original y por eso apegado a esta
vida terrena y a los falsos placeres del mundo, se despegue de la mundanidad y
se eleve, llevado por la gracia, a la contemplación del Hombre-Dios Jesucristo,
la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la Humanidad santísima de Jesús
de Nazareth. Si el hombre, por el pecado original de Adán y Eva, cayó del
Paraíso, quedando incapacitado para elevarse a Dios, ahora es Dios, en Cristo
Jesús, quien baja del Cielo, para elevar al hombre a la unión con la Santísima
Trinidad. Es en esto en lo que consiste la conversión que van a predicar los
Apóstoles por orden de Cristo, siendo la curación de enfermos y la expulsión de
demonios sólo signos que testifican que la conversión predicada por los
Apóstoles es de origen divino y no humano.
Esta conversión, que implica esencialmente el desapego de la
vida mundana y la elevación del corazón a la unión con la Trinidad, es en lo
que consiste el Reino de los cielos y es por lo tanto la novedad absoluta del
catolicismo: el hombre no ha sido creado para esta vida terrena, natural, sino
para la vida eterna, sobrenatural, en unión eterna con las Tres Divinas Personas.
Es el concepto de bienaventuranza eterna celestial, en unión por el amor y la
gloria a las Personas de la Trinidad, en lo que consiste la novedad completamente
absoluta del catolicismo. El mensaje opuesto de Cristo es el del Anticristo: es
la mundanidad, el permanecer apegados al hombre viejo y sus concupiscencias, el
llamar “derecho humano” a lo que es pecado, el tratar de convertir, vanamente,
a esta tierra en un paraíso terrenal.
Los Apóstoles son enviados a predicar la conversión, para
que así el alma se prepare, por la gracia, ya desde esta vida terrena, a la
eternidad en la bienaventuranza de la contemplación de las Tres Divinas
Personas es el Reino de los cielos. Ahora bien, esa eternidad gloriosa y
bienaventurada comienza ya aquí, en la tierra, en medio de las tribulaciones y
las persecuciones, cuando el alma está en gracia, porque por la gracia
santificante, las Tres Divinas Personas –Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu
Santo-, vienen a inhabitar, a hacer morada, en el alma del justo, en el alma
del que está en gracia, según las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia
Católica.
“Jesús envió a los Doce y les dio poder para curar enfermos
y expulsar demonios”. Se equivocan quienes hacen consistir el cristianismo en
la curación de enfermedades y en la expulsión de demonios: el cristianismo es
convertir el corazón a Jesús de Nazareth, por medio de la gracia, para vivir ya
aquí en la tierra en la contemplación, por la fe, de las Tres Divinas Personas,
como anticipo de la contemplación en la gloria en la eternidad, de la Santísima
Trinidad y del Cordero, en el Reino de los cielos. Es en eso en lo que consiste
la novedad absoluta del catolicismo y es para eso, para contemplar a la
Trinidad en la eternidad, es que hemos sido bautizados en la Iglesia Católica.
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