sábado, 3 de julio de 2021

“Jesús envió a los Doce y les dio poder para curar enfermos y expulsar demonios”

 


(Domingo XV - TO - Ciclo B – 2021)

         “Jesús envió a los Doce y les dio poder para curar enfermos y expulsar demonios” (cfr. Mt 6, 7-13). Jesús envía a los Apóstoles para que “prediquen la conversión” y les concede poder para curar enfermos y expulsar demonios. La actividad apostólica consiste, esencialmente, en el llamado a la conversión del corazón, es decir, que el corazón del hombre, corrompido por el pecado original y por eso apegado a esta vida terrena y a los falsos placeres del mundo, se despegue de la mundanidad y se eleve, llevado por la gracia, a la contemplación del Hombre-Dios Jesucristo, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la Humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Si el hombre, por el pecado original de Adán y Eva, cayó del Paraíso, quedando incapacitado para elevarse a Dios, ahora es Dios, en Cristo Jesús, quien baja del Cielo, para elevar al hombre a la unión con la Santísima Trinidad. Es en esto en lo que consiste la conversión que van a predicar los Apóstoles por orden de Cristo, siendo la curación de enfermos y la expulsión de demonios sólo signos que testifican que la conversión predicada por los Apóstoles es de origen divino y no humano.

         Esta conversión, que implica esencialmente el desapego de la vida mundana y la elevación del corazón a la unión con la Trinidad, es en lo que consiste el Reino de los cielos y es por lo tanto la novedad absoluta del catolicismo: el hombre no ha sido creado para esta vida terrena, natural, sino para la vida eterna, sobrenatural, en unión eterna con las Tres Divinas Personas. Es el concepto de bienaventuranza eterna celestial, en unión por el amor y la gloria a las Personas de la Trinidad, en lo que consiste la novedad completamente absoluta del catolicismo. El mensaje opuesto de Cristo es el del Anticristo: es la mundanidad, el permanecer apegados al hombre viejo y sus concupiscencias, el llamar “derecho humano” a lo que es pecado, el tratar de convertir, vanamente, a esta tierra en un paraíso terrenal.

         Los Apóstoles son enviados a predicar la conversión, para que así el alma se prepare, por la gracia, ya desde esta vida terrena, a la eternidad en la bienaventuranza de la contemplación de las Tres Divinas Personas es el Reino de los cielos. Ahora bien, esa eternidad gloriosa y bienaventurada comienza ya aquí, en la tierra, en medio de las tribulaciones y las persecuciones, cuando el alma está en gracia, porque por la gracia santificante, las Tres Divinas Personas –Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo-, vienen a inhabitar, a hacer morada, en el alma del justo, en el alma del que está en gracia, según las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica.

         “Jesús envió a los Doce y les dio poder para curar enfermos y expulsar demonios”. Se equivocan quienes hacen consistir el cristianismo en la curación de enfermedades y en la expulsión de demonios: el cristianismo es convertir el corazón a Jesús de Nazareth, por medio de la gracia, para vivir ya aquí en la tierra en la contemplación, por la fe, de las Tres Divinas Personas, como anticipo de la contemplación en la gloria en la eternidad, de la Santísima Trinidad y del Cordero, en el Reino de los cielos. Es en eso en lo que consiste la novedad absoluta del catolicismo y es para eso, para contemplar a la Trinidad en la eternidad, es que hemos sido bautizados en la Iglesia Católica.

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