domingo, 1 de noviembre de 2020

“Los ángeles de Dios se alegran por un solo pecador que se arrepiente”

 


“Los ángeles de Dios se alegran por un solo pecador que se arrepiente” (Lc 15, 1-10). Los fariseos y los escribas, al ver que Jesús era escuchado por publicanos y pecadores, murmuran entre sí y dicen: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”. Esta murmuración, percibida por Jesús, da ocasión para que el Señor relate dos parábolas, la del pastor que encuentra a la oveja perdida y la de la mujer que encuentra la dracma perdida. En ambas parábolas, hay coincidencias: algo de valor se pierde, el dueño lo busca, lo encuentra y se alegra por haberlo encontrado. El significado es el siguiente: lo que se pierde es el hombre que, creado por Dios a su imagen y semejanza para amarlo, servirlo y adorarlo, se pierde por el pecado y en vez de buscar su felicidad en Dios, la busca en el mundo y en el pecado; el que busca, en las parábolas, es el Hijo de Dios, quien baja desde el Cielo y se encarna en el seno de María Santísima, para ofrendarse como Víctima Inmolada en la Cruz y así rescatar al hombre perdido. La alegría que experimentan los ángeles es también la alegría que experimenta Dios Hijo al ver que el fruto de su Sangre derramada en la Cruz es la conversión del alma, que deja de buscar su consuelo y felicidad en las cosas de la tierra, para buscarla en el Reino de los cielos. A esto se refiere Jesús cuando dice: “Así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente”.

El pecado no es nunca causa de alegría, pero un pecador que se convierte, es decir, que deja el pecado para buscar su alegría y consuelo en Cristo Dios y su Reino, sí es causa de alegría. Hagamos el propósito de dejar el pecado  y las cosas de la tierra y de convertir nuestro corazón, es decir, de alegrarnos por Dios y buscar su gracia, que es el anticipo del Cielo en la tierra y así se alegrarán los ángeles del Cielo por nuestra conversión.

 

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