martes, 27 de mayo de 2014

“El Espíritu de la Verdad los introducirá en toda la verdad (…) y me glorificará”


“El Espíritu de la Verdad los introducirá en toda la verdad (…) y me glorificará” (Jn 16, 12-15). Es el Espíritu Santo quien nos dice la verdad acerca de Jesús: es el Espíritu quien nos dice que Jesús no es un hombre más, uno más entre tantos otros; es el Espíritu Santo quien nos dice que Jesús no es un hombre santo, ni siquiera el más santo entre los santos: el Espíritu Santo es el Maestro interior que nos enseña, sin palabras, proporcionándonos un  conocimiento sobrenatural y celestial, que Jesús es Dios Hijo encarnado, el Verbo del Padre eternamente pronunciado, que se ha encarnado en el seno virgen de María para ofrendar su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en la Cruz y en la Eucaristía, como ofrenda sacrificial para la salvación de la humanidad. Es el Espíritu Santo quien nos dice toda la verdad acerca de Jesús, y es Él quien nos dice que Jesús entregó su Cuerpo en la cruz y derramó su Sangre en el Santo Sacrificio del Calvario y que ese santo sacrificio se prolonga, se actualiza y se renueva de modo incruento, bajo las especies sacramentales, en el Santo Sacrificio del Altar, en la Santa Misa, porque la Misa es el mismo y único Sacrificio de la Cruz. Es el Espíritu Santo el que nos enseña que la Eucaristía no es un poco de pan bendecido en una ceremonia religiosa, sino el Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor de Jesús, el mismo Cuerpo, la misma Sangre, la misma Alma, la misma Divinidad y el mismo Amor que entregó en la cruz, en el Calvario, solo que ahora continúa esa entrega de todo sí mismo oculto en el Sacramento de la Eucaristía. Es el Espíritu Santo el que nos enseña que el altar eucarístico no es un elemento material de madera o piedra, sino que en la Santa Misa es el mismo cielo que baja a la tierra, cielo en el que está el Cordero Degollado, al que adoran los ángeles postrándose ante su Presencia; es el Espíritu Santo el que nos dice que la Eucaristía es ese mismo Cordero Degollado (cfr. Ap 5, 6), adorado por los ángeles, oculto bajo la apariencia de pan, pero que ya no es más pan y que por lo tanto también nosotros debemos adorarlo, postrándonos ante su Presencia sacramental eucarística. Es el Espíritu Santo, el Espíritu de la Verdad, el que nos enseña toda la verdad acerca de Jesús y lo glorifica.

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