(Domingo
VI - TP - Ciclo A – 2014)
“Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos” (cfr. Jn 14, 15-21. 23). En este Evangelio, Jesús
nos da la clave para la perfección cristiana, para ganar el cielo en la tierra,
para ser perfectos, para crecer en gracia en todo momento, para vivir el cielo
de modo anticipado. Este Evangelio es la clave, la llave maestra, para ganar la
vida eterna; es lo que ha permitido a los santos conquistar las más altas cimas
de la santidad y con facilidad, y con una facilidad pasmosa, y Jesús da esta
clave en una sola frase: “si alguien me ama, cumplirá mis mandamientos”. Y si
alguien cumple los mandamientos, tiene el cielo asegurado. Pero además Jesús,
en otra parte, dice: “Sed perfectos, como mi Padre es perfecto”. Es decir,
además de cumplir los mandamientos, hay que cumplirlos a la perfección.
¿Cuál
es la clave para cumplir los mandamientos con perfección? La clave para cumplir
los mandamientos con perfección es el amor.
¿Por
qué? Porque Jesús dice: “si alguien me ama…”. Jesús no dice: “si alguien me
tiene miedo” porque Jesús, en cuanto Dios, tiene el poder de condenar y
castigar eternamente, pero eso sería obrar por miedo al castigo, pero no por
amor a Jesús; Jesús no dice: “si alguien quiere una recompensa”, porque Jesús
en cuanto Dios, tiene el poder de dar a alguien todo el poder y la riqueza del
mundo, si Él lo desea, pero eso sería obrar por amor a las riquezas, y no por
amor a Jesús; Jesús no dice: “si alguien desea el cielo” cumplirá mis
mandamientos, porque eso sería obrar por amor del cielo, y aunque el cielo sea
algo hermoso, no es Jesús, y eso no sería amar a Jesús; Jesús no dice “si
alguien teme el infierno” cumplirá mis mandamientos”, porque Él, en cuanto
Dios, puede condenar al infierno, porque si bien hay que evitar el pecado
mortal para evitar la condenación eterna, obrar de esa manera sería obrar por
temor al infierno pero no por amor a Jesús, que es Dios.
En
todos estos casos, se cumplen los mandamientos, pero no “con perfección”,
porque se obra por otros intereses, que no es el puro amor a Dios. Se cumplen
los mandamientos por temor al castigo, por recompensa, por amor a las riquezas,
por amor al cielo, por temor al infierno, pero no por puro amor a Dios, por ser
Él quien es, Amor en Acto Puro, Amor Purísimo, Amor Substancial, Amor
Perfectísimo, celestial, espiritual, trinitario, Amor que se dona sin reservas
y por pura gratuidad, para hacer feliz a la creatura, y es por eso que no se
alcanzan, de esta manera, las cumbres de la santidad.
Es
con el consejo de Jesús, como se alcanzan estas cumbres de santidad; es con el
consejo de Jesús, como se llega a ser “perfectos, como el Padre celestial”:
cuando se cumplen los mandamientos solo por puro amor a Dios, y no por temor,
ni por deseo de recompensas, ni por temor al infierno, ni por deseo del cielo.
Solo cuando el alma es capaz de obrar por puro amor a Dios, por ser Él quien
es, Dios Uno y Trino, Dios de una sola naturaleza en Tres Personas, iguales en
majestad y poder, distintas entre sí, Padre, Hijo y Espíritu Santo; solo cuando
las ama a las Tres Divinas Personas en su Ser único trinitario, en su única
naturaleza divina y en su distinción de Personas divinas; solo cuando las adora
como un solo Dios verdadero, Trino en Personas, y las ama por ser un solo Dios
en Tres Personas; solo cuando ama a la Santísima Trinidad, que se ha revelado
en Jesucristo, el Hombre-Dios; solo así, el alma alcanza la cima de la
perfección; solo así el alma es perfecta, porque no obra por interés, sino por
puro y simple amor, y solo así, obtiene, sin imaginarlo, sin pensarlo, sin
merecerlo, una recompensa imposible de imaginar: la inhabitación trinitaria en
el alma, la conversión del corazón en morada de las Tres Divinas Personas: “Si
alguien me ama, cumplirá mis mandamientos, y mi Padre y Yo lo amaremos y
haremos morada en él” (Jn 14, 23). Si alguien ama a Jesús por ser Él quien es, Dios de
infinita majestad, Jesús y el Padre lo amarán y convertirán su corazón en su
morada, convertirán el corazón de esa alma, de esa persona, en algo más hermoso
que el cielo, en un prodigio que asombrará a los ángeles, porque Él y el Padre,
harán morada en él, junto con el Espíritu Santo. Si alguien cumple los
mandamientos por amor a Dios, las Tres Divinas Personas vendrán a vivir en el
corazón de esa persona y esa persona se convertirá en la morada de la Santísima
Trinidad y eso es un prodigio que supera todo lo que podemos imaginar, pensar,
decir; es algo que enmudece a los mismos ángeles del cielo: “Si alguien me ama,
cumplirá mis mandamientos y mi Padre y Yo lo amaremos –lo amaremos con el Amor
nuestro, el Espíritu Santo- y haremos morada en Él” (Jn 14, 23), es decir, esa alma, esa persona, se convertirá en
habitación y casa de la Santísima Trinidad.
“Si
ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos”. Amar a Dios solo porque Él es
Amor y vivir sus mandamientos solo porque Él es Amor, ésa es la esencia de la
religión católica y no el temor o el miedo al castigo, aunque Dios sí puede
castigar -y para siempre- al impenitente.
“Si
ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos”. Lo que pide Jesús parece algo fácil de cumplir, pero
cuando el corazón está árido y seco, la empresa se vuelve no solo difícil, sino
imposible, porque un corazón árido y seco, como un leño envejecido, se vuelve
incapaz de amar, aun cuando desee hacerlo. No siempre estamos en condiciones de
amar, ni a Dios ni a nuestro prójimo, y mucho menos en el grado heroico, hasta
la muerte de cruz, como se necesita para ir al cielo. Jesús conoce nuestros
corazones, y por eso es que promete el envío del Espíritu Santo, el Fuego del
Amor Divino, para Pentecostés: “Yo rogaré al Padre, y Él les dará el Paráclito,
para que esté siempre con ustedes”. El Espíritu Santo, enviado por Jesús en
Pentecostés, es Fuego de Amor Divino, que convierte en brasa ardiente e
incandescente a los corazones que lo reciben con fe y con amor y que así se
vuelven capaces de amar a Dios con un Amor Puro y celestial, con el mismo Amor
con el cual habrán de amarlo en los cielos, si perseveran en el mismo Amor, por
toda la eternidad.
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